El 14 de marzo se declaró el estado de alarma para la gestión de la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Por tanto, mañana se cumplen seis meses de una decisión política que ha cambiado nuestras vidas. A estas alturas del drama sanitario, económico y social que hemos vivido y que aún estamos digiriendo, ¿qué les puedo contar yo que ustedes no conozcan? Durante estos meses, en cada una de mis columnas dominicales he escrito y reflexionado, con mayor o menor profundidad y acierto, sobre las distintas caras de esta nueva realidad social que ha trastocado nuestros hábitos y costumbres, lanzando preguntas y compartiendo muchos interrogantes, apoyando y reconociendo el trabajo de aquellas personas, organizaciones e instituciones que han dado lo mejor de sí mismas en unas circunstancias tan adversas, denunciando las conductas incívicas de quienes solo piensan en sí mismos, analizando las consecuencias y los impactos de la pandemia en la vida cotidiana e imaginando el futuro que se oculta a la vuelta de la esquina.

Si hoy estuviera en alguna de mis clases en la Universidad de Salamanca, lo primero que haría con mis estudiantes, tras los saludos de rigor y mucho antes de llenarles la cabeza con las pautas que suelen explicarse el primer día de clase (temario, actividades, pruebas de evaluación, tutorías, etc.), sería solicitarles que sacaran una hoja y, durante un tiempo máximo de 10 minutos, escribieran lo que se les ocurriera sobre los seis meses que han cambiado nuestras vidas. No habría indicaciones ni aclaraciones más precisas sobre lo que se solicita. Incluso me pondría muy serio e insistiría en que cada cual debería interpretar lo solicitado a su manera, que para eso ya son mayorcitos y están en una institución de prestigio. Es posible que alguien cuestionara que los últimos seis meses hayan cambiado nuestras vidas. Daría igual: tendrían que razonarlo. Y si fuera lo contrario, ídem. Transcurrido el tiempo estipulado, empezaría lo mejor: la puesta en común, saboreando las alabanzas o aguantando las críticas de los demás. Pero como hoy no estamos en clase, ¿por qué no hacemos algo similar a lo que acaban de leer? Sí, me refiero a que usted puede sacar ahora mismo un papelito, coger un bolígrafo, un rotulador o un lapicero y, durante diez minutos, meditar sobre los seis meses que han transformado nuestras vidas. Y luego estaría muy bien que pudiera compartir sus reflexiones con quien tenga a mano: el marido, la mujer, el hijo o la hija, los niegos o biznietos, la chacha, la vecina del quinto, los amigos de la partida de mus o el perro, que seguro que le entenderá tanto o más que algunas personas. Y si utiliza las redes sociales, no dude en difundir sus impresiones entre esa legión de personas que, a buen seguro, le siguen. Ya me estoy imaginando decenas y decenas de comentarios sobre los últimos seis meses. Un tiempo que se ha colado en nuestras vidas, dejando muchas cicatrices en nuestra piel y, todo hay que decirlo, algunas escenas inolvidables. Pero llegados aquí, yo me sigo preguntando: ¿realmente hemos aprendido algo? Ahí queda.