Dice el tercero que junto con el matrimonio Guarido-Rivera conforma la tríada que gobierna el ayuntamiento de la capital: “Ya me gustaría a mí la dictadura del proletariado, pero no la tenemos, tenemos una democracia”. Lo hizo esta semana en el Pleno municipal contestando a la concejal Cruz Lucas. Confío en que el secretario de la institución, continuando con su fiel prestación de servicios, recoja la frase literalmente en el acta de la sesión. Indudablemente merece pasar a la historia una afirmación tan profunda como sincera de la identidad ideológica del equipo al que los zamoranos hemos otorgado, de forma tan mayoritaria, la facultad de gobernarnos durante estos ocho años.

En lo que no ha caído el concejal Viñas, poco dado según parece a profundidades intelectuales, es en la cuenta de que las dictaduras del proletariado tienen un leve defecto conceptual y práctico a la hora de su ejecución (como macabro anillo al dedo le va este término). Lo decía en abril de 2019 en una entrevista en El País, Yan Rachinski, director de la ONG rusa Memorial: “Más de un millón de personas fueron fusiladas. Cuatro millones, enviados a campos de trabajo. Cerca de 6,5 millones, deportados durante las purgas de la dictadura de Josef Stalin. Socialistas, anarquistas, miembros del Partido Comunista Soviético, opositores, cualquiera que diera muestras de ser “enemigo del pueblo”. En total son cerca de 12 millones de personas que deberían ser rehabilitados”. Y esto hablando de un periodo en que la dictadura del proletariado llevaba lustros consolidada y ya no cabía más purga que entre ellos mismos, nada más que en función del matiz del rojo y de la necesidad del líder de limpiar cada cierto tiempo los escalones inmediatamente inferiores para que el resto siguieran aplaudiéndolo a él y sólo a él.

Habrá que creer al concejal Viñas, Guarido, Rivera y resto de trasnochados comunistas de nuestra Plaza Mayor. Claro que les gustaría -pregúntenle a algunos, no pocos, funcionarios-, siendo ellos los opresores, no los oprimidos, claro. Los que pudieran hacer que no hubiera normas solo mutables por el procedimiento democráticamente establecido, sino directrices y consignas emanadas directamente de uno de sus comités del pueblo que sirven para quitar al pueblo libertad, dignidad y vida.

Afortunadamente aún tenemos una democracia y no una dictadura del proletariado, ni de las de verdad, ni de las de las ensoñaciones de Viñas y compañía. Aunque he de decir que al rebufo de esta tontería del concejal, he recordado a mi amigo Ezequiel, quien curtido en las filas del comunismo durante la transición, me apuntaba hace poco con desengañada sorna: “Nos dividíamos entre eurocomunistas y prosoviéticos; profundizando más, entre marxistas y leninistas, estalinistas y troskistas. A partir del mayo parisino del 68, de Sartre y de la Revolución Cultural china incluso entre reformistas y maoístas. Ahora, de lo más que se puede tildar el pensamiento de todos estos de las camisetas es de mahouista”. Ezequiel, te estás convirtiendo en un peligroso liberal, ve con cuidado, le advertí.

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