De la amenaza que se cernía en julio, a la cruda realidad en el mes de septiembre: la segunda oleada del coronavirus acaba de asestar un golpe tremendo con el brote detectado el jueves en la residencia de ancianos de El Puente de Sanabria. Los positivos vinculados al centro suman ya 78 casos y suponen, en la práctica, que casi todos los residentes han contraído la enfermedad. Un fallo de protocolo evidente ha tenido que surgir para alcanzar una dimensión inaceptable en recintos que deberían estar blindados al máximo después de lo vivido.

Las residencias no pueden volver a convertirse en “zona cero” del coronavirus. Aunque, según los primeros datos, de momento la situación no se acerca, en cuanto a letalidad, al drama vivido en los meses de primavera, resulta indignante que con toda esa trágica experiencia nos encontremos ante escenarios de esta índole. La conclusión no puede ser otra que de esa primera parte de la pesadilla ni hemos salido todos ni somos ahora más fuertes, la vulnerabilidad se extiende como una mancha de aceite cada vez que se amplían los círculos de contactos que se someten a pruebas PCR y que, por protocolo, deben guardar catorce días de aislamiento independientemente del resultado de las mismas. Si en las primeras 160 nuevas pruebas realizadas en la mañana del viernes se detecta un número de positivos significativo, la Junta deberá endurecer las medidas, lo que coloca a la comarca al borde de confinamientos selectivos o no, como ya ha ocurrido en otros pueblos de Castilla y León.

Durante todo el verano Sanabria temía la aparición del virus entre los veraneantes que eligen las orillas del Lago y sus alrededores, al mismo tiempo que ansiaba y necesitaba esos mismos viajeros, indispensables para una economía centrada en el turismo que ha servido de motor para la que era una de las zonas más deprimidas de la provincia. Los pueblos zamoranos, incluida Sanabria, se han llenado de retornados y de viajeros procedentes de otros lugares en busca de destinos seguros. Los datos sanitarios del inicio del verano confirmaban a la provincia de Zamora como uno de ellos.

Ahora, Sanabria es la que presenta mayor cúmulo de casos del territorio, 76 por cada diez mil habitantes y su economía tiembla: establecimientos hosteleros con el cierre echado, suspensión del mercado que tanta actividad genera cada lunes y suprimidos otros muchos servicios en un intento desesperado de contener un brote cuyas ramificaciones pueden ser infinitas por la misma razón que El Puente de Sanabria es el centro neurálgico de la actividad económica y social de la zona.

Tanto en Zamora como en las ciudades de Valladolid y Salamanca, que han vuelto a fase 1, aunque no afecte a la movilidad, se han producido los temidos “casos importados”. A la hora de preguntarse qué ha fallado son muchos y muy diversos factores los que cuentan, comenzando por la evidente falta de responsabilidad ciudadana en personas cuyo comportamiento da como resultado la multiplicación exponencial de casos. Pero también cabe preguntarse si, otra vez, las administraciones responsables se han quedado por detrás de lo que exigía la situación, si la Atención Primaria, dique de contención de primera línea, ha sido suficientemente reforzada atendiendo no solo a la población habitual sino al más que previsible aumento de la misma durante el estío, si los rastreadores eran suficientes como para cubrir los posibles rebrotes que fueran surgiendo, puesto que el virus continuaba ahí, y así lo está demostrando.

En semanas anteriores el hospital de Zamora ha realizado obras de adaptación para la posible segunda oleada del COVID, pero sin ese apuntalamiento básico de la primera línea de actuación, los esfuerzos pueden quedarse, de nuevo, cortos, con un personal sanitario diezmado, cansado, hastiado. Las autoridades institucionales inciden en el capítulo de la responsabilidad ciudadana y el colectivo de los jóvenes es el más señalado. No se trata de demonizar, pero los estudios epidemiológicos evidencian que la edad de los pacientes desciende cada vez más, situándose ahora entre los 20 y los 49 años. Muchos adolescentes y jóvenes siguen saliendo sin mascarilla, sin observar distancia social, tomándose a broma o, directamente, burlándose de normas indispensables para la salubridad y, por ende, para la estabilidad económica. Ese egoísmo detectado en cada fiesta privada, en cada desplante por una sensación de una inmunidad que no tienen ni ellos ni, por supuesto, sus familiares de más edad y con más riesgo, evidencia un problema de educación cívica de base. Los gamberros que antes destrozaban papeleras, bancos o contenedores que pagamos entre todos, pueden ahora llevarse por delante vidas, las suyas propias y las ajenas.

Está visto que en materia de concienciación poco se ha hecho y menos se ha logrado. Este periódico trató, desde el primer día de pandemia de mostrar la verdadera cara del drama, con el máximo respeto, sin sensacionalismos, simplemente la verdad, pero los responsables administrativos temieron un alarmismo que tal vez, aunque sea fácil hablar a posteriori, hubiera sembrado la semilla de la responsabilidad en esos colectivos. La triste conclusión es que, haber dado tanto énfasis a los aplausos, a las salidas victoriosas de las UCIS no sirvió como receta. Y lo más probable es que acabemos con crudas campañas, similares a las del tabaco o la de los accidentes de tráfico, así de terca es la condición humana. A este panorama entre los de a pie, se une la incapacidad manifiesta de articular un discurso único y coherente por parte de las distintas administraciones autonómicas y del Estado, tanto en el plano sanitario como en el económico y social.

Mañana lunes están citados en Madrid los presidentes de Castilla y León y de Castilla La Mancha con la responsable de la comunidad madrileña, que encabeza el ranking de contagios y que mantiene con las dos regiones castellanas una alta movilidad. La entrevista tiene lugar cuando el pico de esa movilidad queda atrás, como el verano. A ojos de los ciudadanos pudiera parecer una incoherencia, casi tanta como la pretensión de iniciar un curso escolar presencial mientras padres y profesores claman porque dicen no tener claro saber a qué atenerse. El miedo y la incertidumbre siguen campando a sus anchas y así, el único que gana terreno es el maldito coronavirus.