¿Qué significan los recuerdos en la elaboración de la idea que tenemos de la ciudad que a la vez que la hacemos nuestra, única e intransferible, la marcamos con la impronta de ese tiempo que vivimos con los nuestros más próximos? Yo me imagino a los recuerdos como si fuesen el combustible de vario calibre y que alimenta un fuego que se extinguirá después de dar paso a una inquieta memoria, y siempre para intervenir en este ente que es la Ciudad

Son la niñez y juventud las épocas en que crecen y se multiplican aquellos recuerdos que quedarán en nuestra memoria y que con el tiempo o por mera oportunidad, saltarán como un resorte, aprovechando el prestigio con que aparecen como señales del pasado.

Ahora que la vida nos ha hecho distanciarnos de la ciudad nos asombra la variedad y calidad de ambientes, paisajes y arquitecturas perdidos en este tiempo, solo guardados en la memoria mudos, solitarios referentes del pasado. Solo faltaría prestarles atención y obtenidas las claves corregir muchas equivocaciones del momento.

Dicen los sociólogos que la Ciudad es una forma de paisaje que, compuesto originalmente por elementos de la naturaleza o del artificio humano, tiene el poder para cambiarlo en paisaje. Pero para ello se requiere una mirada, la que solo puede proceder del ser humano y que va a posibilitar esa trasformación de las formas que son las propias de la naturaleza.

Para acercarnos al entendimiento de esta trasformación recurriré a narrar las circunstancias de un viaje que, repito con cierta frecuencia y en donde quedan resaltados conceptos como el arte, la naturaleza, la mirada reveladora… Vamos al viaje: Nos situamos en un punto de la carretera N-VI. Hemos dejado atrás Villalpando y estamos aproximándonos a Tordesillas, en la zona de los Montes Torozos. Estamos subiendo un pequeño puerto, en el cual el trazado de la carretera en amplia curva, recorta un alto murallón de tierra montearriba que nos defiende del sol de mediodía. Coronamos el puerto y, despejado el murallón, nos llevamos una sorpresa que salta como toda una revelación por lo que aparece ante nuestros ojos. Aunque ya veníamos prevenidos, porque solemos hacer frecuentemente el mismo viaje, nuestra admiración se repite. Pues es un escenario deslumbrante, que parece compuesto con el cuidado con que se ha preparado una puesta de escena en una representación teatral. No voy a detallar los artificios y sorpresas de esta escena en la que está ajena a toda condición temporal y donde se acumulan formas y accidentes

Son campos sin labrar, solo salpicados de arbustos, crecidos de forma espontánea. Toda esta escena queda encuadrada en un espacio que se extiende hasta un horizonte. que se recorta con un pliegue que oculta el trazado del río. La escena es propia de las condiciones de la obra de arte. Me recuerda a algunas pinturas como las que hizo en el siglo XVI el pintor holandés Patinir. Estas pinturas se caracterizan porque sus paisajes, que parecen conformados por formas y componentes como un material catalogado. Me atrevería a decir que el artista crea una marca propia, en el paisaje de sus cuadros, casi invariable, dejando libre el tema que desarrollan sucesivamente los personajes que tienen vida dentro del cuadro. Esta estrategia, parece como un anticipo del concepto que los sociólogos asignan a la condición de paisaje, ya sean naturales o artificiales y, concebidos por los humanos, a partir de una mirada.

Patinir la entregaba, invariablemente, hecha pintura. Ante nosotros la tenemos, como condición y prueba del proceso creativo que implica el paisaje. Tomemos nota de los datos que nos ha dejado el pasado.