Todo el mundo se cree en posesión de la verdad. En cuanto sale una noticia, el que más y el que menos llega a tomar partido por una u otra persona, por una u otra acción, por una u otra causa. Y es que la gente da por hecho que todo lo que se publica es cierto.

Ahora, en estos últimos días son cientos las páginas de periódicos, y horas de programas de radio y televisión los que versan sobre el affaire “Messi”. Que si se va. Que si se queda. Que si tiene razón el futbolista. Que si la tiene Bartomeu, a la sazón presidente del “F.C. Barcelona”. El caso es que, por lo que parece, la estrella argentina desea dejar el “F.C. Barcelona” para jugar en otro lugar, cuya localización nadie conoce. Y que, además, considera que tiene derecho a hacerlo a coste cero, sin mediar ninguna compensación económica. Pero lo cierto es que nadie ha oído, ni tampoco visto, que haya dicho esa u otra cosa. Pues de haber sido así alguien podría decir cuándo, dónde y con qué palabras.

También se ha publicado que Bartomeu estaba dispuesto a dimitir si Messi continuaba jugando en el Barça, pero tampoco se sabe de nadie que haya llegado a escucharlo de boca del presidente azulgrana, entre otras cosas porque nadie se lo ha preguntado.

Pero la gente es muy lista. Y lo sabe todo. Incluso las condiciones del contrato que liga al Club y al futbolista, a pesar de no haberlo visto nunca, ya que nunca lo han tenido en sus manos. Hay gente que dice que hay una cláusula que da a la razón a una de las partes, y también quien alega que la tiene la otra.

Lo cierto es que tanto el club como el jugador disponen de asesores jurídicos de primera línea. Y la cosa no debe estar tan clara como dicen, ya que, si así fuera, se aplicaría el contrato, se resolvería el conflicto, y aquí paz y después gloria. Y es que los contratos los carga el diablo, porque suelen tener muchas cláusulas. Y cuando se redactan, cada parte intenta “colocar” alguna carga explosiva, por si las cosas no llegan a ir como pensaban, y poder tener algo a lo que agarrarse.

En nuestro país, todo el mundo se encuentra en el derecho a decir lo que tienen que hacer los demás, y este caso no iba a ser una excepción. Pero realmente los únicos que tienen derecho a exigirlo son los socios de esa entidad. Porque los socios son los dueños. No lo son ni los periodistas deportivos, ni los aficionados al fútbol. Los dueños, en número próximo a los 150.000, son a los que les asiste el derecho a exigir lo que sea menester a su presidente y a su jugador, en base a sus estatutos. Al uno, porque fue elegido democráticamente para gestionar el club, y al otro, porque, al fin y a la postre, es un empleado suyo. Un empleado, eso sí, de élite, muy bien retribuido, según dicen esos que presumen de saberlo todo, con cien millones de euros por año.

Hay miles de jugadores de tierra, mar y aire, y ha habido otros miles de campo y playa, pero muy pocos que hayan reunido las condiciones necesarias para acompañar al dios Zeus en el Olimpo del fútbol. Solo Di Stéfano, Pelé y Maradona han hecho méritos para ello. Ahora, Messi reúne las condiciones necesarias para acompañar a ese triunvirato ya que está muy por encima de cualquiera de los mortales que se dedican a la práctica de ese deporte.

Si existiera una empresa que contara con un científico capaz de dar con el antídoto del Covid-19, por tanto, insustituible, que estuviera enfrentado al presidente de la compañía, y se hiciera una encuesta ¿de qué parte se pondría la gente? Salvando la sideral distancia entre ese hipotético caso y el de Messi, lo cierto es que el futbolista es único e insustituible en lo suyo. No existe ningún otro jugador de fútbol en el mundo que pueda hacer lo que él ha hecho durante quince años y lo que ahora sigue haciendo. Mientras, el trabajo que hace el presidente Bartomeu lo pueden hacer, igual o mejor, miles o millones de personas. Podrá gustar más o menos, pero eso es así y no de otra manera.

Por otra parte, el “F.C. Barcelona” no es una sociedad mercantil con ánimo de lucro y, por tanto, los parámetros a aplicar en su evaluación no tienen nada que ver con ese tipo de empresas. No son magnitudes comparables. No hay reparto de beneficios, ni nadie los espera. Sus resultados se miden por el grado de satisfacción de sus socios. Lo que se exige es que mejore el espectáculo, y el club consiga victorias y títulos. La cosa del fútbol es así, aunque ahora, la conversión en sociedades anónimas de gran parte de los clubes, y el desembarco de árabes y chinos millonarios comprándolos, hayan cambiado esos parámetros.

Solo el “F.C. Barcelona”, el “Athletic Club”, “Osasuna” y “Real Madrid” aun pertenecen a ese tipo de fútbol, anclado, en parte, al romanticismo de una época en la que el fútbol no era mucho más que un deporte. Eso es así, aunque a pesar que suene a chiste, ya que sus presupuestos, al menos los del “Real Madrid” y “F.C. Barcelona”, superan los mil millones de euros por temporada.