En estas semanas estivales las conversaciones acaban derivando en un momento u otro en cómo se presentará septiembre, cómo será el nuevo año escolar y especulando en la incertidumbre de no saber qué va a pasar. El hecho es que los repuntes del coronavirus son preocupantes, sobre todo en España, y cuando discutimos la causa de ello, todos parecen tenerlo claro: ¡Es que en España tenemos mucha vida social!; sin embargo, les puedo asegurar que en otros países también la hay incluso más. He tenido la oportunidad de vivir algún tiempo en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania y la vida social es allí tanto o más que aquí. No sé si recuerdan el encuentro de hace un par de semanas cuando hablamos de los estereotipos culturales. Decíamos que podían ser ciertos en parte, pero no podíamos definir una cultura solo en relación con ellos. Bueno pues este es el caso.

Para empezar, ¿qué dirían ustedes si les dijera que somos menos sociales que otros países europeos como Suiza, Alemania, Noruega? Los antropólogos (Hofstede, Trompenaars, etc.) así lo dicen y nos definen –fíjense ustedes bien– como una cultura individualista cuyo opuesto serían las culturas colectivistas. Parece que las sociedades individualistas son aquellas en la que prima el individuo frente al grupo; es decir, en la que la persona se preocupa de sí misma sin pensar en los demás; no es que le den igual, pero simplemente no piensa en ellos. Se piensa solo en el bien propio, sin pensar al tiempo en el bien de los demás. Veamos algunos ejemplos cotidianos reflejo de esta característica. Ahora en verano, observen que las terrazas de bares y cafeterías españoles son mesas individuales; es decir, para un grupo cerrado de personas que quieren sentarse juntas, ya sean dos o diez. No se nos ocurriría nunca coger una silla y aprovechar esa mesa para apoyar nuestra bebida si no pertenecemos a ese grupo, aunque quede sitio suficiente y no haya otras mesas libres. Tampoco, en general, ese grupo consiente en compartir su mesa, aunque vean que no hay otras libres; como máximo, te cederán una silla para que te la lleves… sin embargo, en países nórdicos, cuyo estereotipo es ser más individualistas, las mesas de los bares y cafeterías son, en general, corridas y no sienten la necesidad de marcar un espacio propio; llegas y te sientas al lado de otras personas sin ningún problema, ya sea dentro del local.

Otro ejemplo son las numerosas ocasiones en las que, en mis años de clases de español para extranjeros, muchos estudiantes de nacionalidades diversas comentaban que los españoles mentíamos mucho, porque siempre decíamos: “te llamo y hablamos” y luego nunca más llamábamos; de hecho, una de ellas comentaba que llevaba en España más de seis meses y se quejaba de no tener ningún amigo español a pesar de salir casi todos los días. Recuerdo también en una ocasión un estudiante de Gabón que me comentó su incomodidad y desconcierto, porque siempre le preguntaban: “¿qué tal te va?”, pero cuando él quería empezar a contar, ¡ya habían desaparecido! –en este caso fue peor, porque lo achacó a su color negro–. Así que, si pensamos que somos más sociales, ya vemos que hay que matizar un poco. Parecemos abiertos y orientados a los demás, pero no somos individualistas orientados hacia nosotros y hacia los nuestros. Somos abiertos, pero podríamos decir que nuestra “apertura” y sociabilidad es sólo superficial, cuando no debemos renunciar a algún derecho o libertad por pequeña que sea. Fíjense que lo que más me llamó la atención en Hamburgo fue la acogida de amistad que me brindaron a las pocas semanas de estar allí. Realmente se esforzaban por integrarme en sus círculos, aun sin saber bien el idioma y se preocupaban -y sentías que no era por cumplir- por mi bienestar.

Quizá en España nos consideremos como muy sociales en relación con otros aspectos, por ejemplo, la distancia social. En las cuatro zonas de distancia que regulan la interacción entre los seres humanos: íntima para relaciones muy personales, confidencias y deportes de contacto físico; personal para la interacción entre amigos y conocidos o ambientes de confianza; social para contactos de negocios o situaciones formales y pública para contactos en conferencias, o con público, sí se observa que la distancia va aumentando a medida que nos desplazamos hacia países más nórdicos. En España, se establecen como distancias aproximadas: 50 cm para la zona personal, 75 cm para la zona social frente al metro de Alemania y entre 1 y 1,5 metros en la distancia profesional, frente a los 3,6 metros de Noruega. Aquí, en la proxémica, sí podemos considerarnos más cercanos, lo que no juega a nuestro favor en el repunte de contagios…

Es evidente que el individualismo no se puede tratar en profundidad en estas pocas palabras, así que sirva este encuentro como un llamamiento para ser cuidadosos al generalizar sobre cuestiones culturales, porque el ser “sociales” implica mucho más que ser simpáticos y abiertos, y porque es frecuente que hablemos de aquello que es bueno y de aquello que es malo, asociando lo bueno a lo que es similar a lo que conocemos y lo malo a lo que es diferente a nuestro concepto de “normalidad”. De eso trata la intercultura, de conocer las diferencias para comprender y respetar, no para enjuiciar.