Mire por donde hay algo en lo que estoy de acuerdo con el presidente del Gobierno: “El acoso no tiene cabida en nuestra sociedad”. No lo dirá por las vacaciones asturianas de los Iglesias-Montero. Porque ni extrema derecha, ni derechita cobarde, ni derechona, ni fachas, ni Dios que lo fundó. Lo sucedido en Asturias, más patria querida que nunca, a la pareja ministerial, no fue otra cosa que una buena dosis de “jarabe democrático”. Medicina que Pablo Iglesias ha venido prescribiendo a troche y moche a todo lo que se movía a la derecha del espectro político (más espectro que nunca).

A los que no son de la cuerda de Podemos se les puede perseguir, enjuiciar, acosar, difamar, escrachar y lo que sea menester con la conocida poción democrática que incluyó en su vademecum político. Pero, ¡ay, amigo!, si se le hace lo propio a Iglesias o a un miembro de Podemos, por desconocido que sea, entonces la cosa cambia. Cuando Iglesias reparte culpas no se olvida ni de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, ni de sus propios escoltas a los que no ha dudado en acusar de algo parecido a dejación de funciones, a no estar más vigilantes de lo que los Policías Nacionales que le custodian están, siendo como son grandes profesionales, muy versados en materia tal. Yo creo a pies juntilla los argumentos de los escoltas quienes aseguran que no vieron ni insultos ni amenazas durante la permanencia de la familia Iglesias-Montero en Felgueras. Por eso no se ha remitido atestado ni informe alguno a la Fiscalía sobre ese presunto acoso que no existió.

El ‘acoso’ que denuncia Podemos estriba en una pintada sobre el pavimento llamando “rata” a quien desde su llegada al Gobierno no ha hecho otra cosa que perder crédito entre sus votantes y votos. Mucho miedo en el cuerpo debe tener el que nunca se mudaría de Vallecas, para asustarse de la manera que lo ha hecho, poniendo pies en polvorosa. Acoso, lo que se dice acoso, es lo que hacían los podemitas y sus huestes a Cristina Cifuentes, a Sáenz de Santamaría, poniendo en peligro incluso la integridad de sus hijos y a otros miembros del Gobierno Rajoy al que incluso asestaron un puñetazo que le dejó sin gafas.

Iglesias no admite que cuanto se le echa en cara, se le hace o se le dice, parta del pueblo llano, de los ‘compatriotas’ como pomposamente nos llama. La mierda la esparce siempre hacia la derecha y hacia quienes vigilan por su seguridad. ¡Desagradecido! Para él y su ínclita compañera de verborrea, todos eran culpables.