“¿Por qué no sois unos padres normales?” Así se quejaba amargamente mi hija pequeña alguna vez, cuando por su edad ya empezaba a darse cuenta de que su padre y su madre, que no éramos más que personas tan normales como seguimos siendo, éramos objeto de críticas duras que a veces rozaban el insulto por nuestras opiniones o nuestra actuación en la sociedad o la política. Y eso que siempre tuvimos cuidado de preservarlas de los focos mediáticos y de los actos públicos, hasta el punto de que la mayor parte de la gente de Zamora que nos conocía no sabía que teníamos hijas. Aun así, crecieron oyendo hablar de sus padres, casi siempre mal, porque los adversarios políticos han dominado siempre en esta sociedad.

A medida que fueron creciendo, su personalidad les permitió hacer frente a esta incómoda situación, y su inteligencia a entender que los normales eran sus padres y nuestros compañeros que intentaban con su actividad política que el mundo para ellas y para todos fuera un poco mejor.

Deduzco que la experiencia de niñas no fue buena, porque ninguna ha querido militar en primera línea de la política institucional, más allá de la asistencia a manifestaciones y actos públicos de apoyo a distintas causas de la izquierda, en parte por su libre pensamiento, en parte por cariño a sus normales padre y madre.

Pero de pequeñas nunca fueron expuestas a la opinión pública, pese a su participación obligatoria en reuniones políticas y sindicales, en concentraciones y manifestaciones en las huelgas generales, los primeros de mayo, por el desarrollo de Zamora, contra las guerras de Irak, en el cuartel Viriato (allí sí que se lo pasaron bien, como todos los zamoranos), y en miles de causas perdidas que luchamos, en las que nos acompañaban cuando eran pequeñas porque no podíamos dejarlas solas y la abuela también iba la primera. Allí se dedicaban a jugar con otros niños y niñas, como correspondía a su edad, condición y educación.

Por eso siempre he sido muy crítica con quienes exponen públicamente a sus hijos llevándolos por ejemplo al Parlamento, como hicieron algunas representantes de Podemos, incluso aunque su intención fuera tan loable –que entiendo que así lo era- como la reivindicación de la conciliación familiar o de la participación normal de los niños y niñas en los espacios públicos. Creo que la actividad política en las instituciones es tan dura y tan agresiva, además de tan pesada y previsible, que no puede ser considerada un buen entorno para la crianza y educación de los niños y niñas ¡Pobres! De hecho, salvo actos simbólicos, los políticos de cualquier pelaje parecen pensar lo mismo, y por ello no llevan a sus hijos a sufrir en las instituciones.

Cuento esto porque no puedo ni imaginarme que al salir de casa para ir a la escuela o al parque, mis hijas se hubieran encontrado a la puerta de casa o en el camino con grupos de energúmenos que con o sin banderas, con o sin pancartas, o con o sin voces y pitos, increparan a su madre y a su padre por sus opiniones o actuaciones en la política. Tuvimos suerte de no sufrir ningún tipo de acoso, y hubiéramos aguantado como personas adultas si se hubiera dado contra nosotros, padre y madre, pero no en nuestra vida privada y menos en presencia de nuestras hijas.

Eso es inadmisible, lo haga la izquierda o la derecha o el centro o los apolíticos, sea por una u otra o cualquier absurda o justa causa. Da igual que se llame escrache o acoso, que se haga por un desahucio o por odio ideológico, que se considere jarabe de los de abajo o abuso de los de arriba. Hay fronteras que no pueden pasarse porque ya hay espacios suficientes para luchar por una buena causa o contra una injusticia, sin necesidad de ir a la puerta de tu casa a molestar a los miembros de las familias que son pequeños o mayores. Personas normales. Familias normales. Tus hijos, tus hermanos, tus padres, tus amigos.

Nada justifica que unos niños vivan rodeados de energúmenos con banderas, pancartas, pitos y voces. Ni aunque hubieran justificado sus padres alguna vez actitudes parecidas; ni aunque los niños hayan sido expuestos a la opinión pública para contar cómo se llaman o para reivindicar su derecho a compartir todos los espacios de la sociedad.

No es difícil ponerse en el lugar de quienes tienen que vivir rodeados de agentes de seguridad porque la casa donde viven sus hijos e hija está amenazada por energúmenos que odian a su madre y a su padre, a sus ideas o a su legítima actividad política amparada por las leyes.

Por eso nunca justifiqué los escraches cuando personas o asociaciones próximas a mi línea política como la PAH o los miembros del 15 M los hacían. Pero tampoco puedo callar ante el linchamiento al que están sometiendo a Irene Montero y Pablo Iglesias, y a sus tres hijos. De nuevo “no en mi nombre”, “nunca mais”.

Manifiesto mi solidaridad con esa madre y ese padre tan normales para sus hijos como lo somos todos.

(Es lo que tiene seguir cargando con la vieja mochila de los valores de la izquierda que los de Podemos despreciaron, y que ahora es el momento de sacar en su ayuda).

Porque nada humano me es ajeno (Terencio). Y los niños y niñas son mi debilidad, nuestro futuro.