Me niego a sostener que las personas ancianas se hayan convertido en una carga familiar, social y económica. ¡Por Dios! Es verdad que los ancianos constituyen el grupo de edad que más utiliza los recursos sanitarios, pero considerar que todos los mayores son enfermos o discapacitados, aunque común, es una consideración peligrosa por falaz. Entiendo que la relación médico-paciente es la piedra angular de la práctica y ética médicas, que se acrecienta considerablemente cuando el paciente es un anciano. De ahí la importancia de una sanidad pública preparada para volcarse con los mayores, entenderlos, evitar su marginación y que se les prive de sus derechos.

Me encantan esos médicos afectuosos con los mayores, esos médicos que se desviven, por muchos años que tengan sus pacientes, por abordar sus distintas patologías tratando de que no les falte calidad sanitaria. Médicos que se entregan a su sagrada misión con sus pacientes, aunque sean nonagenarios o precisamente por eso. Son los médicos que a su conocimiento, a su ética médica, añaden el mejor elemento: el amor. Y se emplean a fondo con delicadeza, con un trato que la persona anciana agradece sobremanera. Son los médicos que llamamos amor.

Me enojan e irritan médicos distantes, fríos, los médicos-autómatas que actúan mecánicamente, con un discurso aprendido que pasa, ante la tribulación de los familiares, por el consabido: “Qué quiere usted con esa edad”. Llegará un día que por toda respuesta a semejante impertinencia algún familiar se tire directamente a la yugular del galeno. Tiempo al tiempo. Son los médicos que no saben desarrollar su empatía, que ponen en entredicho sus conocimientos médicos, añadiendo a su falta de conexión con el paciente, la antipatía. Y el odio que despiertan entre los familiares que tienen que tragar la quina del “qué quiere usted con esa edad”. Por favor, destierren la frase de su vocabulario. No más médicos odio.

En el Complejo Asistencial de Zamora, son muchos los médicos-amor. Abundan entre los más jóvenes, aunque no se puede generalizar, porque entre los más jóvenes también hay algún callo que otro, tampoco quiero desmerecer a los de más edad. Otro tanto ocurre con enfermeras y enfermeros. Existe una generación de profesionales maravillosos, no contaminados y no precisamente por virus alguno, que allanan el camino, no solo con profesionalidad, también con humanidad. Los clientes de la Sanidad pública no queremos un personal deshumanizado por muy competente que sea.

No queremos una relación amor-odio. Queremos una atención adecuada a nuestras circunstancias, nuestras patologías y, obviamente, a nuestra edad. Vale ya de prejuicios en función de la edad de nuestros ancianos. Respeto pues a nuestros mayores.