Decía una vieja compañera que no hay nada más difícil de explicar que lo evidente y lo evidente es que ante una situación de pandemia, por lo tanto global, no solo es que cada país esté tomando sus decisiones como si bajar la barrera del paso fronterizo fuese la salvación de los suyos, sino que en España, para colmo de males, estamos sujetos a diecisiete comunidades autónomas que, por si fuera poco, a su vez delegan en Ayuntamientos. Y así pasa lo que nos está pasando, porque no puede haber soluciones individuales a problemas globales, otra evidencia que, para que tenga más calado que mis palabras, cito al gran Yuval Noah Harari.

Claro, una vez que se decidió “desescalar” a una velocidad sorprendente para salvar el turismo, o sea, los bares, porque lo que vienen siendo los hoteles buena parte ni han abierto y los que lo han hecho están muy lejos de una facturación de la antigua normalidad, nos encontramos con que la “nueva normalidad” no ha conseguido cambiar un hecho inamovible: el paso del tiempo.

Y así, mientras volvían los repuntes, el rey emérito se iba de España, Podemos iba a los juzgados y los políticos andaban a lo suyo, que pocas veces coincide con lo nuestro, nos encontramos con septiembre a la vuelta de la esquina y echamos en falta los anuncios de la vuelta al cole, porque el asunto resulta espinoso, máxime si se contempla a la luz, más bien oscuridad, del poco protagonismo que la educación ha tenido desde que se desató la pandemia, o sea, como siempre, que es lo más grave.

Pero ya escribió Quevedo aquello de “Ayer se fue; mañana no ha llegado;/hoy se está yendo sin parar un punto”; vamos, que ha llegado la hora de retornar a las aulas, porque lo que es ineludible es dicho retorno, no solo por razones estrictamente académicas, sino de socialización y, aunque sea políticamente incorrecto, de pura necesidad una vez que los padres puedan no estar ni confinados, ni teletrabajando, con lo que estamos ante un problema social muy serio.

Así que, con anuncios o sin ellos, volveremos a las aulas. El problema es en qué condiciones. Porque nos las habemos con diecisiete criterios educativos, como sanitarios, con un Ministerio de Educación, al que ahora miran las CCAA cuando lo han ninguneado desde hace años, como si no fuese el Ministerio más absurdo desde hace treinta y cinco años, dedicado en exclusiva a elaborar leyes educativas cada cambio de partido de gobierno, y el actual, con la que está cayendo, ya tiene lista la suya, faltaría más, e incapaz tanto de asegurar el cumplimiento de lo poco que puede gobernar sobre las distintas Comunidades, como de acabar con las desigualdades educativas entre los distintos territorios nacionales, mejorar la calidad de la enseñanza en relación con otros países de nuestro nivel, ahí están los recalcitrantes resultados de PISA y los informes de la OCDE, y, por supuesto, sin el menor interés en acabar con la desvergüenza de los contenidos y formatos de examen de la EBAU. Y esto es común a todos los gobiernos que hemos tenido, o padecido.

Poco ha hablado este Ministerio, con Celaá a la cabeza, y cuando lo ha hecho más hubiera valido el silencio, porque algunas declaraciones han sido un auténtico disparate. Y es que la verdad, la realidad, es la que es, la diga Agamenón o su porquero, como sentenciaba el Juan de Mairena de Antonio Machado. Y la realidad puede ser muy similar a la que yo me voy a enfrentar en septiembre. Mi colegio tiene en torno a dos mil doscientas personas entre alumnos, profesores y personal de servicio; de ellos, cerca de dos mil son menores de dieciocho años, es decir, un colectivo altamente transmisor de la COVID-19. Y hagamos la cuenta de la vieja en cuanto al círculo de relación de cada uno de los miembros de mi comunidad educativa y pueden salirnos cifras que meten miedo frente a cualquier botellón o festejo que este verano ha dado como resultado una buena cantidad de contagios. Y a esto hay que sumarle que los espacios son los que son, no nos engañemos, las aulas miden lo que miden y los patios y demás dependencias lo mismo. Esto es extensible, con mayor o menor volumen, al resto de colegios, de manera que aulas burbuja, distancias de seguridad y todo lo que no sea mascarillas (y veremos si en los adolescentes somos capaces de controlarlo, sobre todo en colegios donde el tema disciplinario anda manga por hombro con cosas tan simples como la vestimenta) y geles a mansalva, se me hace, sin ponerme agrio, una auténtica tontada, propia, por otra parte de quienes dirigen el sistema educativo español en todos sus ámbitos. Recordemos al Ministro de Universidades, Manuel Castells, sabio irrefutable en otras cuestiones, diciendo “Lo de tocarse a los estudiantes les va muy bien”. Y mientras, el Ministerio delega en las CCAA y estas en los colegios. O sea, un disparate encima de otro.

Pues nada, a ello vamos. Eso sí, lástima que en este país en el que hasta el mes de marzo el problema era si se podrían pagar las pensiones, ahora que estamos en una hemorragia de dinero destinada a distintos sectores, merecedores sin duda, poco he oído respecto a la educación. ¿Habrá más dotación de profesores? ¿Se asegurará la enseñanza on line para todos los estudiantes? ¿Habrá PCR para todo el personal de los colegios más allá de lo que ha anunciado Andalucía? ¿Los colegios privados y concertados tendrán derecho a recibir dinero, si es que se va a destinar, al igual que otras empresas privadas lo han recibido? ¿O tal vez la enseñanza no sea merecedora de ayudas, porque, como dijo el Ministro de Consumo, el ínclito y desde ese momento silente Alberto Garzón respecto del turismo en España, “no aporta valor añadido”?

Pues con estos mimbres vamos a hacer cestos en septiembre ni más ni menos que con nuestros hijos y alumnos de todos los niveles educativos y, sobre todo, con los más pequeños. Y no estaría de más que en este país, que somos tan dados a aplaudir hasta a los muertos, nuestros dirigentes se tomasen en serio la situación a la que se van a enfrentar alumnos y maestros y, por ende, la sociedad a corto, medio y largo plazo, porque si la educación, ni siquiera en estos tiempos que estamos viviendo, no es lo esencial, junto con la sanidad, entonces este país está muy enfermo y no precisamente de coronavirus.