Ha pasado ya una semana desde el terrible incendio de Lober, Domez y Vegalatrave y, a mi juicio, se repite la secuencia de otros fuegos anteriores que también causaron graves pérdidas. En un principio, alarmados y conmovidos por la gravedad del suceso, todo son promesas, anuncios de ayudas y, si me apuran, propósito de la enmienda para que desgracias así no vuelvan a suceder. Pero el tiempo hace su labor y baja el pistón de las buenas intenciones. Y después, suele venir el ¿inevitable? enredo burocrático, el papeleo, la disponibilidad de fondos, las prioridades…

El mismo día en que se controlaba el fuego de las tierras de Alba y Aliste, el alcalde de Castrocontrigo (León) se quejaba de que no había llegado a su pueblo y alrededores el dinero prometido por la Junta tras el fuego que destruyó hace cinco años miles y miles de hectáreas, la mayoría de monte, en esta zona del sur leonés cercana a Zamora. El incendio fue uno de los mayores registrados en Castilla y León, y en España, en bastante tiempo; los daños económicos y medioambientales, terroríficos. Pues, ya ven, un lustro después siguen sin cumplirse las promesas hechas en caliente. Y no solo en dinero contante y sonante, sino también en actuaciones previstas: reforestación, caminos, limpieza, aprovechamientos madereros y ganaderos, subvenciones para recuperar las explotaciones destrozadas, modificaciones legislativas.

Lo de Castrocontrigo es un capítulo más de una cadena que también tiene eslabones en esta provincia. ¿Se repetirá en Lober, Domez y Vegalatrave? Esperemos que no, aunque bien harían en preguntar en Villardiegua de la Ribera, donde hace pocos años también sufrieron los efectos de las llamas y, entonces, se dijo lo mismo que ahora se está diciendo con la catástrofe de Alba y Aliste. Y luego vinieron las mermas.

Convendría, asimismo, que se eliminen desde ya mismo las batallas partidistas sobre quien se apunta los tantos y quien se hace la foto entregando ayudas a los damnificados. Las instituciones tienen todo el derecho del mundo a informar de sus actuaciones e, incluso, de colgarse medallas, pero, ojo, sin andar a codazos con otras de distinto color y sin poner zancadillas ni entrar en guerras para demostrar lo bueno que soy yo y lo torpe e ineficaz que es el de al lado. Si solo se mirara el interés de los ciudadanos, otro gallo nos cantaría. Sin embargo, y este mal no se erradica, parece más importante dar tres cuartos al pregonero y decir que se ha hecho tal y tal cosa que hacerla de verdad. La pelea por el relato, que dicen ahora los modernos.

Y si las instituciones y las autoridades quieren mirarse en algún espejo, que se fijen en la solidaridad y el desprendimiento de esos agricultores y ganaderos alistanos, tabareses y de otras comarcas que se aprestaron enseguida a llevar pienso, paja y forraje a quienes se habían quedado sin lo básico para alimentar a sus animales. Ya ocurrió en Villardiegua y ahora ha vuelto a suceder. El corazón de las buenas gentes es así de grande. Y no esperan votos, ni nombramientos, ni cargos, ni pagas extras.

Ya que estamos todavía impactados por el fuego y sus destrucciones, también convendría reflexionar sobre por qué se extienden las llamas a semejante velocidad. Ya sé que no todos los incendios son iguales, pero ¿su propagación sería menor si estuviera el monte limpio, si no hubiera maleza, arbustos, hierba seca, ramas? Claro que sí. ¿Y por qué no se limpia el monte? Otra promesa que suele hacerse después de cada fuego. ¿Cuántas veces hemos oído que los incendios se apagan en invierno cuando se quita broza de los pinares, choperas, encinares, etc? Pues, dense una vuelta por muchos pueblos de esta provincia y verán limpieza, desbroce. Al revés te lo digo para que mejor lo entiendas.

–¿Y no podrían destinarse unos cuantos millones de esos que dan al paro, los Ertes y las ayudas a limpiar los montes?; o sea que cobren lo que tengan que cobrar, pero que cumplan esa función, dice el señor Sobiniano.

–No estaría mal, pero ya llevamos años y años hablando de esto y seguimos igual, comenta el señor Quismondo, que ya ha visto de todo.

¡Ah!, y que alguien se preocupe por flexibilizar esa ley que impide pastar durante cinco años en terrenos quemados. Es lo que les faltaba a los ganaderos de Lober y demás pueblos afectados. Hay normas que pueden estar bien para determinadas circunstancias, pero no para todas. Ya lo dijo Aristóteles: “No hay mayor injusticia que tratar igual a los desiguales”. Pues, eso.