Qué duda cabe que nadie tiene “ciencia infusa”, que no se puede trasladarla de “cerebro a cerebro”, físicamente hablando; y que, por lo tanto, cada generación tiene que adquirirla mediante la enseñanza que de la misma le haga la precedente.

Y claro está, no todo el mundo tiene las competencias precisas para realizar la transmisión de saberes, pues se requieren la concurrencia de numerosos atributos personales muy difíciles de que concurran en una sola persona. Así, los docentes habrán de tener unos sólidos conocimientos de la materia que hayan de impartir; lo que precisa de su previo y concienzudo estudio, pues solo aplicándose “a fondo” se obtendrán. Y es que el ejercicio mínimamente profesional demanda, y exige, la disponibilidad de la más amplia dotación de saberes “al día”, para responder satisfactoriamente a las carencias, a las demandas, a las expectativas, etc., de los destinatarios del desempeño laboral. Y es que se puede causar, por ignorancia, por negligencia, por incompetencia, etc., inmensos daños y perjuicios a la “clientela” si no se aplica la adecuada, necesaria y correcta “praxis” y “lex artis”. Imagínense, por ejemplo, un mal diagnóstico médico, fisioterapéutico, docente, económico, empresarial, jurídico, político, etc., los daños y perjuicios que acarrean a los pacientes, a la economía, al empresariado, al demandante, al sancionado, a la ciudadanía, en suma.

Y es que hay que tener en cuenta que para hacer, y desenvolver, bien cualesquiera trabajos, uno de los requisitos más fundamentales e importantes, consecuentemente, es que los “ejercientes” tengan la vocación que exige el desempeño de una carrera u oficio; lo que a veces, quizá más de las deseadas, se carece de ella, bien por no haberse puesto “a pensar”, a reflexionar, a analizarse, a conocer y ponderar el nivel de dedicación de estudio que requiera y de en qué consiste el desempeño de los mismos. Y es que lo que no puede, ni debe, acontecer, por ejemplo, que un individuo estudie graduado en Gestión de Pymes, que tiene una nota ínfima de corte para acceder a esos estudios, cuando lo que realmente le gustaría sería graduado en Enfermería, con una nota de corte bastante superior, cuando no le alcanza ésta.

Y, por supuesto, se precisa, también, para un óptimo, digno y pleno desempeño profesional la motivación que implica el tener claro el por qué y para qué hemos elegido y desempeñamos una profesión u oficio, que no lo es solamente para tener una “soldada” a final de mes, que también, si no para resolver las demandas, aspiraciones y problemas de nuestros semejantes y conciudadanos.

Y la enseñanza; una actividad “esencialísima” para el desarrollo integral de la persona; para lograr una sociedad ilustrada, justa y libre; para que cada nivel de la misma sea un “soporte” sólido de los que le siguen; precisa de maestros y profesores sabios, prudentes, entregados, sacrificados, etc., pues de su labor depende que las generaciones futuras asuman con conocimiento de causa, con eficacia, con resolución, los retos y responsabilidades que una sociedad dinámica presentan y presentarán. Por ello, los docentes debieran ser los mejores miembros de la sociedad, la “créme de la créme”, bien considerados y respetados socialmente, excelentemente retribuidos, con un previsible desarrollo profesional, etc.

Y de ser así, el aprendizaje por los “discentes” sería más serio, más respetuoso con sus “profes”, más amplio, más profundo, más eficaz, más interesante, más activo, más retador, más atractivo, etc., si, además, vienen de “casa” con unas, al menos, elementalísimas normas de educación, de “urbanidad”, sí de “urbanidad”, que debieran de habérselas inculcado sus modernos “papis”; como de un profesorado consciente de la elevadísima responsabilidad que tienen de transmitir saberes, de estimular el conocimiento, de inculcarles el sentido del deber y de la responsabilidad hacía ellos mismos y la sociedad, y un “larguísimo” etcétera.

Enseñando y aprendiendo “sapiencia”, con esfuerzo y decencia, alcanzaremos la sociedad a la que todos aspiramos: la que nos haga más felices, más solidarios, más equitativos, más sostenible, menos desigual, más “leída”, etc., etc., etc.

Marcelino de Zamora