Si “No hay nada nuevo bajo el sol” era ya verdad cuando se escribió hace 3.000 años, más verdad debe ser ahora.

¿Quiere esto decir que ya ha habido anteriormente epidemias como la covid-19? Por supuesto que sí. La más cercana, la mal llamada “gripe española” de 1918, que causó la muerte de 50 millones de seres humanos, 150.000 de ellos en España.

En siglos anteriores, las pestes azotaron Europa, y el obligado confinamiento de una de ellas dió lugar, presuntamente, a “El Decamerón”. Nosotros hemos matado el aburrimiento carcelario con series, sudokus, chistes guasápicos y telefonía en general. Hemos luchado contra el microbio con paracetamol, retrovirales y algunos tanteos experimentales. ¿Cómo lo hacían nuestros antepasados?

Nínive era una ciudad tan vasta como Madrid, pero no tan alta (sin rascacielos ni ascensores). Tres días de caminata para cruzarla. Jahvé-Dios avisó a sus 120.000 habitantes de que con su maldad habían agotado su paciencia, y acabaría con ellos pasados 40 días.

Los ninivitas, desde el rey al último esclavo, se tomaron en serio la amenaza divina, e iniciaron una penitencia severa, vistiéndose de sayal y ayunando.

El sayal es una tela muy basta, de lana burda. Su tacto, la haría molesta para el portador, y su feo aspecto, repulsiva para la gente alrededor. Con el ayuno se quema grasa corporal, pero también se eliminan toxinas. Por tal motivo, esta práctica (tan antigua como la civilización), ha sido recuperada ahora (por dietistas y esteticistas), con el nombre de “detox”, o sea, des-intoxicante.

“Al ver Jahvé-Dios lo que hacían y como se habían convertido, se arrepintió, y no llevó a cabo el castigo con que les había amenazado” (Antiguo Testamento, Jonás 3, 10).

Nuestros antepasados vencieron a lo que hoy llamaríamos “epidemia vírica en ciernes”, con ayuno desintoxicante y una cuarentena (¡de 40 días!), propiciada por una vestimenta típica de monjes o eremitas, el sayal o cilicio, indumentaria buena para enclaustrarse en casa, no para lucirse en espacios públicos.

Ante el mismo ataque, la especie humana se defiende de la misma manera, con 30 siglos de separación.

No hay nada nuevo (bajo el sol), excepto la interpretación de los hechos y la calificación de las conductas. Castigo divino, para los antiguos, religiosos...versus...jugarreta de China o simple mutación espontánea, para la humanidad de hoy, cientificista y atea, que llama profilaxis ahora a lo que otrora se llamó penitencia.

Cívica, responsable o “solidaria” se llama por TV a la conducta recta. Sobre los transgresores caen ordenanzas municipales, ódigo civil o código penal... pero hay que descubrirles, denunciarles y juzgarles, pues “motu proprio” solo buscan su satisfacción, ya que es imposible fundamentar una ética sin Dios. “Si Dios no existe, hasta el asesinato está permitido” (F.Dostoievsky).

La conducta recta, en términos religiosos, es la virtud, la piedad o la justicia, y su contraria, el pecado.

El temor a Dios hace que los creyentes, “motu proprio”, eviten el pecado y obren con justicia. De ahí que Napoleón, tan agnóstico como pragmático, dijese “Respeto al Cristianismo porque cada sacerdote me ahorra 10 policías”.

E.M.Prieto