En muchas ocasiones, cuando el rey Juan Carlos I se dirigía a los españoles en aquellos años difíciles, trascendentales e iniciáticos de la Transición, empezaba su alocución con la entradilla “la Reina y yo”. La misma expresión dio durante muchos años título a una sarcástica sección de la revista “El Jueves” en la que se hacía crítica corrosiva de la familia real española, porque una de las cosas buenas de la democracia es que la libertad de expresión garantiza el sometimiento de todos al escrutinio y el control.

Mi mecánico, que es Justo y justo, dice que a él no le ha robado nada el rey Juan Carlos, cosa que no puede decir de otros. Me describe cómo durante su reinado y el de su hijo ha podido trabajar siempre, montar un negocio que no le ha permitido hacerse rico pero sí crear una familia, sacar adelante dos hijos de los que se siente orgulloso, disfrutar de ciertas comodidades y aficiones y no temer por su futuro en un entorno de paz, estabilidad y libertad de movimiento, pensamiento y opinión.

Mi mecánico y yo pensamos que no solo es una falacia sino una imbecilidad eso que ahora se pinta de que la andadura que comenzó en 1975 y nos ha traído hasta aquí subidos en el vehículo constitucional de 1978, que abrumadoramente apoyaron y aprobaron los españoles era algo fácil, que iba de rodado y que hubiera dado lo mismo (o incluso hubiera sido mejor) si otros hubieran trazado la ruta para España, en vez de un monarca al que el mandato recibido no lo obligaba -ni siquiera inducía- a pasar del autoritarismo al parlamentarismo; de la plenitud de poderes a la cesión completa de los mismos en favor de la soberanía del pueblo español manifestada democráticamente.

En 2013 (29 de septiembre) escribí en estas mismas páginas mostrándome partidario de la abdicación del rey, por su edad, estado de salud y errores personales, para dar a la institución y a España el impulso que ambas necesitaban. En 2014 (8 de junio) escribí felicitándome por que una vez más don Juan Carlos hubiera tenido la generosidad y la sensatez para renunciar al ego y dar ese paso.

El rey Juan Carlos no está imputado por ninguna de sus actuaciones (no está siendo investigado, en la vigente terminología penal) y como mi mecánico y yo creemos en la ley y en su cumplimiento, vemos indigno que lo eche de la España que tanto le debe, el gobierno de un partido creado con dinero de las dictaduras venezolana e iraní, de otro que es el que más ha robado y malversado (este sí, con numerosas sentencias) y otros cuyo fin declarado es la destrucción de nuestra nación.

Esto es lo indignante, lo sonrojante y casi tierno es que lo acusen de golfo y mujeriego, los que justifican que el vicepresidente del Gobierno promueva la inseminación (el término es de Iglesias, no mío) como criterio de ascenso en partido y Gobierno. Mi mecánico por primera vez tiene miedo a cómo atisba el futuro y yo sigo pensando que no cambio nuestra monarquía de paz por su república de odio.

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