Creo que dentro de algunas décadas, cuando lo de hoy suene a batallitas del abuelo al nieto o de la madre a la hija, hablaremos del “Año del virus”. Aquel año que cambió nuestras vidas, que nos hizo parar de golpe, encerrarnos; que nos acostumbró al uso de las mascarillas, que solo habíamos visto en la tele, casi siempre a orientales que se protegían de la contaminación. Aquel año que quebró en seco la marcha económica de buena parte de los sectores. El turismo, nuestra gran columna, no parece que se pueda salvar, pese a que en aras de coseguirlo se sacrificó de forma demasiado abrupta el confinamiento y las restricciones. La industria el ocio, en todas sus formas, tiene cada vez más difícil, sacar la cabeza del agua y sobrevivir. La de la cultura, inseparable de la anterior, tres cuartos de lo mismo o peor, porque es siempre la cenicienta o “maría” de cualquier presupuesto o gestión. Aquel año en que el pequeño comercio, ya muy tocado por las modernidades digitales y el cambio general de costumbres, se las vio y se las deseó para sobrevivir; como las pequeñas y medianas empresas; como los autónomos. Aquel año en que los asalariados empezaron a ser menos que los perceptores de ayudas sociales y perceptores de subsidios de todo tipo. El año del virus, tengo la impresión, acabará quedando como el año en que todo cambió, porque el mundo que había, tal y como lo conocíamos, se fue derrumbando a nuestro alrededor.

El gran riesgo es que solo prestemos atención al derrumbe general, a la crisis generalizada que ya está sobre nuestras cabezas. Que nos quedemos paralizados ante las ruinas, ante las tiendas cerradas, las empresas muertas y los millones de nuevos parados, añadido a los parados de antes. La fascinación del desastre existe y hay gente que no puede reaccionar ante él, limitándose a contemplarlo inmóvil. Pero uno viene apuntando, en estos últimos artículos, que debemos mirar más allá y pensar que cuando un mundo cae, otro, por fuerza, se levantará. La naturaleza aborrece el vacío. El siglo pasado, el XX, acabó precisamente en los años 20, cuando se derrumbó lo que había caracterizado al XIX y hubo que levantar otro tipo de sociedad, tras los “crash”, el fin de la esclavitud, las crisis y los terremotos políticos. También en el XXI parece que serán estos años 20 los que harán al siglo girar, olvidar el mundo del que venimos, y encarar una nueva forma de organizarnos, vivir y relacionarnos. El problema es que nada de eso se ve, ni se intuye aún. Es solo lógica e intuición: cuando algo cae otra cosa se levantará en su lugar. Pero es algo que no ocurrirá porque sí o porque lo decida un poder sobrenatural. No, seremos nosotros, cada uno, los que tendremos que levantarnos y levantarlo. Somos nosotros los que tenemos que poner cimientos al nuevo siglo, mientras se va hundiendo el anterior.

Esos cimientos o columnas básicas deberían de estar muy claras: tenemos que vivir sin seguir destruyendo el mundo que nos alimenta y del que formamos parte (columna verde), la igualdad no puede ser negociable bajo ningún supuesto (columna feminista), como hermanos iguales que somos, todos tenemos los mismos derechos y nadie debe pasar más necesidades que otros (columna de justicia social). A partir de ahí, cabe levantar otra forma de vivir, que inevitablemente deberá ser menos despilfarradora y más austera, pero también más plena y que nos hará más felices, alejada de la actual dictadura de las prisas, la velocidad, la acumulación de idioteces, el consumo infinito y el aislamiento individual. Urge parar y reinventarnos, porque corríamos como pollos sin cabeza y sin saber para qué. El año del virus, con todo su dolor y sus restricciones, ya que está acelerando ese derrumbe que parece difícil de revertir, debería servirnos para afrontar ese vuelco de sociedad o civilización. Sé que cada cual, desde abajo, de forma individual, poco podemos hacer, por no decir nada. Pero juzgo importante que lo pensemos, por si se produce el milagro y los de arriba, los que tiene el timón que pueden cambiar el rumbo, empiezan a virar. Hay que hacerlo y ojalá los gobernantes estén a la altura. Pero si lo están, hallarán enormes resistencias y oposición, que desde abajo tendremos que ayudar a soportar. Los grandes cambios nunca se consiguen sin el apoyo mayoritario de la población (y a veces ni siquiera con éste). Pero hay que intentarlo. El año del virus va a ser uno de nuestros peores años o el peor de nuetras vidas. La cuestión es que nos sirva al menos para cambiar un rumbo que nos iba llevando al desastre. Ojalá.