No nos enseñaban las UVI, ni los entierros en soledad, ni las familias desgarradas. Hasta se camuflaban las cifras para que todo quedase en una especie de verbena de cantantes de ventana y de guitarristas de terraza. Que la alarma es mala a la hora de votar.

Eran los héroes que resistían con el Dúo Dinámico y a los que felicitaban, en una y otra comparecencia, Sánchez y sus illas y sus simones. Éramos el país mejor confinado del mundo y estábamos tan contentos con nuestras fases y hasta íbamos a salir más fuertes de la pandemia. Eran los solidarios de pacotilla.

Pero llegó la supuesta (que no nueva) normalidad y como ya no hay prohibiciones y las precauciones han pasado al terreno individual, han aflorado los rebeldes de guardarropía y desde los botellones clandestinos se ha pasado a los saraos a la luz pública, y de la primitiva fiebre de correr por las calles con bicicleta o sin ella a la calentura playera, y de la barbacoa semiclandestina del ático, a la comida masiva de los compañeros que no tenían más miras en este mundo que abrazar a los compañeros.

Son los amantes de la libertad subvencionada con un ERTE (que aunque lo parezca no sufragan los ministros de Sánchez) o con el paro (que aunque lo parezca no se carga a la cuenta corriente de Rufián) o con eso del mínimo vital (que aunque lo parezca no saca Iglesias de su bolsillo) cuyo único anhelo, en pleno encierro, era salir a tomarse una cerveza en una terraza.

Jesús Domingo Martínez Madrid