Viajar ha sido consustancial al ser humano; por supervivencia, curiosidad u ocio, el hombre siempre ha tenido la necesidad de moverse de un lugar a otro, de conocer otros espacios a los que le son habituales y conocidos para descubrir otros en los que incluso reconocerse. Sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, en las sociedades más desarrolladas viajar se ha identificado con ocio, con deseo de escapar de la rutina y adentrarnos en otros parajes que nos ayuden a despejar la mente, o a olvidar por unos días nuestras ocupaciones y dejar volar la imaginación y sentirnos distintos. Por eso mucha gente cree que viajar en sí mismo supone obtener esas ansiadas respuestas e incluso cultura, como si bastase salir de nuestro espacio para que se nos impregnasen la sabiduría, las soluciones a nuestros problemas, o sencillamente las ganas de vivir.

Ya avisaba un regeneracionista, quizás fuera Giner de los Ríos, del miedo que le producían aquellos españoles que en cuanto salían por la frontera consideraban que nada en España se hacía así de bien, al tiempo que también desconfiaba de aquellos otros que al pasar los Pirineos consideraban que en España como en ningún sitio. Y eso que aún no se habían inventado los móviles con cámara incorporada para hacerse selfies, que para algunos tanto lugar y paisaje pateado no tiene más dimensiones que las pulgadas de la pantalla de su móvil.

Viajar, en sí mismo, no es más que trasladarse de un sitio a otro, lo que no es igual que interiorizar, sentir y vivir lo contemplado en el camino, porque lo fundamental del viaje, como en la vida, no está tanto en la llegada como en el camino, que ya escribió Machado aquello de "caminante, no hay camino,/se hace camino al andar", lo que viene a poner la intensidad en cada uno de los pasos que se van dando, en el valor de cada piedra pisada, de cada nube vista y cada sueño trenzado en las huellas dejadas en la tierra.

El verdadero viaje está en hacerse uno con el entorno, porque los lugares y los paisajes no son de nadie, ni siquiera de quien les puso nombre ni de quienes en ellos habitan, por eso siempre son iguales y siempre son distintos; son los ojos de quienes los contemplan y los pies de quienes los caminan los que les dan vida y sentido, de ahí que cuando los miras te responden con la misma imagen de tus ojos, igual que la persona amada, que se hace única ante tus ojos y se fija en tu mente eternamente.

En los paisajes nos sentimos acogidos, reconocidos, protegidos, cuando los vemos con el corazón y por eso, según cómo estemos o nos sintamos, necesitamos reconocernos en un determinado entorno o soñamos con pasearlo con quien hoy no ha podido acompañarnos. Y entonces en nuestra mente se entreteje lo que contemplan los ojos con lo que elaboran nuestros sueños y esa calle empedrada, ese puente, o ese monte que ahora pisamos y que habrán pisado millones y millones de personas a lo largo de los siglos, quizás solo como camino obligado de paso, o fuente de subsistencia, se abren ante nosotros como el punto donde soñar un beso, un abrazo, o sencillamente sentirse en paz con uno mismo.

Y tanto es así que según cómo sintamos ese entorno que quizás haya permanecido invariable durante años será para nosotros un lugar de retorno, de reencuentro, o al que no querremos volver porque mejor olvidar lo que allí sentimos, pero no es el entorno el que ha producido ninguna de esas sensaciones, sino la proyección que sobre él hacemos de nuestro interior, nuestras pasiones, angustias, alegrías y deseos.

Como a Joan Manuel Serrat, "Me encanta/hacer maletas y viajar", así que siempre estoy listo a emprender el camino, del viaje y de la vida, con la mochila ligera, que ya la iré llenando de lo visto, lo oído y, sobre todo, lo sentido y soñado en la vuelta de cualquier rincón de cualquier calleja en la que el viento, bandolero impenitente, me asaltará y me susurrará un "bienvenido y buen camino, caminante y no olvides que la vida, como el viajar, te dará tanto como lo que tú pongas", que, a fin de cuentas, como bien dice una gran amiga y mayor persona, viajar es sentirse en plenitud.