A Aznar lo tacharon de pedigüeño porque iba a las reuniones económicas de la Unión Europea, asentaba sus reales sobre la silla de negociación, buscaba alianzas de países grandes en población -como Polonia-, que le otorgaban fuerte peso de representación y voto en las tomas de decisiones y sólo se levantaba cuando los países menos proclives a colaborar con el sur del continente, iban atendiendo a sus razones, flexibilizando sus posturas para buscar puntos de acuerdo o, simplemente, cediendo aburridos de las horas y horas de interminables reuniones a las que el presidente español los sometía.

Mientras as cumbres se celebraban, no lo oíamos hablar mucho -la verdad es que fuera de ellas tampoco-. No echaba de menos la no existencia de las ahora omnipresentes redes sociales. No se prodigaba en una política de comunicación hacia dentro de España para que, mientras veíamos el telediario, oyéramos cómo utilizaba las palabras que ahora permanentemente resuenan huecas en las declaraciones de Sánchez sobre cómo deben ser las economías de la UE: resilientes, verdes, digitales, inclusivas?

Aznar no era ni guapo ni especialmente simpático, así que se supone que tenía que ejercer de pesado pedigüeño para poder rascar bola ante los líderes del centro y del norte, más altos, apuestos (y sin bigote además). El caso es que le funcionaba y nos funcionó, básicamente porque iba pertrechado con los resultados de los ajustes del déficit, las tasas de crecimiento de nuestra economía y los números del empleo que nos situaban a la cabeza de Europa en creación de puestos de trabajo. Europa entonces era buena aunque Aznar mereciera aquí el desprecio y la mofa de nuestra refinada progresía.

Ahora, los tiempos han cambiado, vamos a Europa con un guapo y alto presidente de sonrisa "porque yo lo valgo", cargado de palabras "totales". Es cierto que los resultados que lleva en su mochila son un tanto endebles pero eso debería carecer de importancia cuando resulta que vamos cargados de bellos deseos para el mundo. Su gestión presupuestaria nunca ha cumplido con los compromisos asumidos por España ante el resto de naciones europeas. Incluso nos desviamos por encima de cada desviación que previamente hemos anunciado, pero no tienen que ser insolidarios y recriminarnos por ello. Tampoco si las cuentas que presentamos se demuestran manifiestamente falsas. Europa no debe ser inquisitorial, sino resiliente e inclusiva. Tenemos las peores cifras de empleo y vamos camino de una masacre laboral pero nos podemos permitir eliminar la reforma laboral que, apadrinada por Europa, ha dado buenos resultados. Y nos escolta la coleta de un comunista anti-mercado, anti-Europa y anti economía liberal y progreso, así que como dice la frase de moda ¿qué puede salir mal?

Ahora los europeos son malos porque solo nos dan el dinero que han ahorrado si nos comprometemos a emplearlo bajo los criterios que el resto cumple, si nos apretamos el cinturón que los otros países llevan años apretándose. Y si se establecen sistemas de control y seguimiento. Son malos el holandés, el sueco, el irlandés, pero nosotros no. Nosotros somos buenos "porque lo valemos".