Hora agobio en el metro de Madrid. Reparas en un cartel de provincias: su muralla, su catedral, su río. El reclamo: aquí somos pocos, aquí hay espacio vital. No vengas a Zamora por el románico con lechazo y vino de Toro, ven porque aquí no tienes que ir esquivando a la gente como en un videojuego. Paraíso interior de la distancia social. El último grito en tiempo de pandemia.

Más que una publicidad para captar ese turismo tan nuestro de la "escapadita" de fin de semana, parece una convocatoria: si te has jurado que la segunda ola no te pilla ni en ese piso interior microscópico ni en tu barrio hacinado, múdate a una ciudad pequeña donde tener balcón no es un lujo y hay espacio para todos en el supermercado. Con suerte hasta tienes pueblo: aquí todos tenemos.

Si la nueva oficina es el salón de tu casa y la noche cultural de Madrid se apaga, ¿qué tienes que perder? En Zamora también tenemos supermercados y farmacias, parques para que te pasee el perro y un montón de peluquerías, para darte una alegría en la próxima reapertura. De todo lo que abre en pandemia, tenemos.

Quizás -ojalá- no pase, pero sabemos que puede pasar. Ahora la distopía del encierro es un recuerdo reciente. La serie discurrió fuera de Netflix. Un experimento social que nos ha hecho replantearnos todo: reducidos a lo básico, a la mera supervivencia, ¿es esta la vida que queremos tener?

Si ahora sabemos que podemos vivir sin inhóspitos edificios de oficinas concentrados en dos ciudades, ¿será la hora de repartirnos un poco por esta geografía generosa? ¿para qué pagar -empleador y empleado- por estar en Madrid y Barcelona si ya sabemos que no hace falta?

Puede ser que solo algo tan insasible como una pandemia indefinida sea capaz de empujarnos a emprender el camino que nos saltamos para coger el autores, el Alvia, la autovía. Un momento histórico para la España vacía, pero también para la España asfixiada: redistribución de oportunidades y espacio vital. Todos ganamos.