Resulta que, si alguno de nosotros tuviéramos un día nefasto, Dios no lo quiera, y cayéramos en el infortunio de aproximarnos a la indigencia, viéndonos obligados a no poder afrontar el pago de los recibos de agua, gas, electricidad, las compañías correspondientes podrían cortarnos esos suministros, ya que tenemos firmado un contrato en virtud del cual las empresas se han comprometido a suministrarnos esos servicios y nosotros a pagarlos. Cierto es que, afortunadamente, últimamente las cosas han cambiado ya que, si demostramos fehacientemente encontrarnos en situación precaria, el agua, la luz y el gas podríamos seguir recibiéndolos cumpliendo determinadas condiciones. De manera que, de no haberse llegado a cambiar las leyes, a partir de ese nefasto día habríamos pasado a vivir como los hombres de las cavernas, sin los servicios imprescindibles a los que estamos acostumbrados los hombres del S.XXI. De manera que nos veríamos obligados a ir a lavar al rio y a encender una vela si es que llegáramos a despertarnos durante la noche, y para hacer nuestras necesidades tendríamos que acudir a unos servicios públicos, como los que había en la postguerra, en plena Plaza Mayor.

Lo malo es que esa situación a la que me estoy refiriendo, desafortunadamente no es una mera hipótesis, sino que responde a algo que pasa con demasiada frecuencia. Cierto es que los ciudadanos debemos apechar con los gastos que originemos, y que las leyes deben perseguir a los morosos pues, de otra manera, el mercado se convertiría en una torre de Babel imposible de ser organizado, pero también es cierto que la sociedad debe establecer unos determinados cauces para quienes, de manera excepcional, se encuentren de manera involuntaria con dificultades económicas.

Resulta que, puestos a tener un día malo, también podría resultar que, en determinado momento, al regresar a casa, tras haber dado un paseo por "Valorio", al intentar abrir la puerta comprobáramos la imposibilidad de hacerlo debido a que alguien habría tenido "el detalle" de cambiarnos la cerradura y ya, de paso, haberse instalado allí, en nuestra vivienda, a cuerpo de rey, como si se tratara de un derecho inalienable. Y en esas circunstancias la policía no podría hacer nada para revertir la situación. De nada serviría que demostráramos con recibos y escrituras que la vivienda era de nuestra propiedad, como tampoco serían suficientes las declaraciones de nuestros vecinos, que estarían encantados de testificar a nuestro favor, informando que habíamos vivido allí toda la vida, que asistíamos pacientemente a las juntas vecinales y que pagamos religiosamente nuestro recibo comunitario. Porque lo cierto es que nos quedaríamos en la calle a pesar que los ocupantes - probablemente pertenecientes a alguna mafia o víctimas de la misma - lógicamente no dispondrían de ningún documento que acreditara el derecho que se habían arrogado de manera tan zafia como violenta.

Pero hay de nosotros si decidiéramos actuar cortando los suministros del agua, gas y electricidad, a tan respetables huéspedes, esos imprescindibles servicios a los que hacíamos mención anteriormente, porque el peso de la, ley caería sobre nosotros. Es decir, se equipararían los derechos de un delincuente a los de un indigente, un disparate como la copa de un pino. De nada serviría invocar el derecho a la propiedad que reza el artículo 33 de la Constitución, ni a la inviolabilidad del propio domicilio, artículo 18.2, como tampoco quejarse de tener que ir a vivir a la puta calle, porque ante todo estaría la defensa de los supuestos derechos de unos delincuentes que habrían decidido saltarse las leyes a la torera. Y cuando pasado mucho tiempo, si no hubiéramos entrado en depresión, pudiéramos regresar a nuestra casa, encontraríamos un panorama desolador, pues habrían arrasado con los pocos o los muchos enseres que allí tuviéramos depositados.

Pues si en un caso hemos sido capaces de arbitrar un procedimiento para evitar el abuso de las compañías suministradoras de servicios esenciales, no se entiende muy bien cómo no hemos sido capaces de adaptar las leyes y sus procedimientos para que sea respetada de manera rápida y eficaz el derecho a ocupar la propia vivienda. Es algo tan complicado de entender cómo el funcionamiento del VAR, esa cosa que se aplica o no se aplica en función de determinados intereses de determinados clubes, para que alguno llegue a ganar o a dejar de ganar la "Liga de la Primera División de Fútbol".

Hay cosas que no se entienden, y lo que es peor, no pueden llegar a entenderse. Lo único que se entiende, y además sin demostración, es eso que recordaba hace unos días el genial humorista "El Roto" en una de sus viñetas: "La vida puede ser on line, pero la muerte siempre es presencial".