Últimamente duermo poco y mal. En cuanto doy las primeras cabezadas se me cuelan números y más números por todos los poros de la sesera y me espantan el sueño. Me invaden con acometidas de toda índole y jaez. Intento largarlos como sea, pero se agarran al cacumen, se esconden en todos los escondrijos que tenemos ahí arriba y se pasan la noche mortificándome y riéndose de mis desvelos. Y no son números cualquiera, no; todos están relacionados con inversiones, deudas, subvenciones, recuperación económica, sectores en crisis, reconstrucción, quiebras, cierres, pérdidas de empleo?Y suelen atacar todos a la vez. De modo que si te defiendes de las deudas, dejas el flanco abierto para que te sacudan las inversiones, las pérdidas de empleo o cualquier otra cifra que pasara por allí. Un suplicio, que suele acrecentarse muy de mañana cuando los informativos te bombardean con más guarismos, casi todos negativos, negros negrísimos.

Uno de esos números a los que aludo es especialmente lacerante y sádico. Tiene el aspecto de aquellos avaros cenceños que nos pintaban las enciclopedias contando monedas con ojos avariciosos y vestimentas miserables y raídas. Se regodea de mi indefensión y de la imposibilidad de ofrecerle una respuesta concreta y válida a su machacante e impertinente pregunta:

-A ver, majete, ¿de dónde vais a sacar el dinero para pagar todo lo que habéis gastado y lo que anunciáis que gastareis para salir de esta?

Y uno, claro, se desasosiega aun más. Y el número-invasor se cachondea porque, efectivamente, no hay forma de saber (al menos yo la desconozco) cómo y quién va a pagar la cuenta. Todos, o casi, estamos de acuerdo en la necesidad de que las administraciones (todas, que hay algunas que siempre se escaquean) tienen que apoyar a los sectores en crisis y comprometer ayudas, créditos, avales, lo que sea con tal de reactivarlas y que tiren para adelante. Pero la pregunta sigue siendo: ¿y quién saca la cartera, pone la pasta sobre la mesa y dice "aquí estoy yo para lo que sea menester? De momento, no se ha encontrado ese paganini, aunque buenas palabras sobran. Hay más demanda que oferta.

Y es que los números abruman. Todo el mundo pide y, para no enfrentarse con casi nadie, los gobiernos prometen ya sea al turismo, a la hostelería, a la automoción, al transporte, a la vivienda, a las industrias, a las empresas en apuros, al medio ambiente, a las infraestructuras y así hasta el infinito. El caso es que la inmensa mayoría de los que se quejan tienen razón. La pandemia les ha asestado un golpe durísimo y los daños económicos han sido cuantiosos, pero da la impresión de que cada cual solo piensa en qué hay de lo mío sin importarle mucho lo que le ocurre al de al lado, es decir sin tener una visión global de la situación y de las posibles soluciones.

Y aquí, un inciso: a casi todos los sectores se le han prometido planes, ayudas?menos a los dos que estaban de moda cuando desembarcó el virus y lo cambió todo: al agrario y a la lucha contra la despoblación. Me temo que, una vez más, tendrán que ponerse a la cola o sentarse en la sala de espera. Da la impresión, y no es nueva, de que es vital ver Benidorm lleno, pero no lo es tanto garantizar buenos y suficientes alimentos o intentar acabar con la gran injusticia de la España vaciada o dejada de la mano de Dios.

Volvamos a los números. Leo en un suplemento económico que la deuda global, la de todo el mundo, pasará de 255 a 325 billones de dólares en 2025 y que la española alcanzó en el primer trimestre (o sea antes de la pandemia) 1,2 billones de euros. Teniendo en cuenta que un billón es un millón de millones, imagínense la cantidad de ceros que hay que poner. A mí no me da la cabeza. Sí me da, en cambio, para mantener la pregunta de marras: ¿y quién pagará esto? Y para hacer otras: ¿a quién se le debe esa barbaridad en el caso de la deuda mundial, a los marcianos, a bancos fantasmas? Y es que ya se debe, según el FMI, más del total de PIB mundial.

Y a todo esto no faltan quienes consideran que la salida pasa por bajar impuestos. Nada de que paguen más los que más tienen, sino que no pague nadie o que pague muy poco; que apoquinen solo los que tienen nómina y no pueden hacer trucos. Vale, que desaparezcan los impuestos, pero luego no nos quejemos si falla la Sanidad, si no hay dinero para la dependencia o las pensiones y si los sectores que reclaman ayudas no las reciben. La interrogante sigue siendo: ¿de dónde saldrán los euros para afrontar tanto gasto? Habrá que romper la hucha del crío.