Las avalanchas son un fenómeno de la naturaleza que no solo se pueden observar o sufrir en zonas montañosas cuando una gran masa de nieve se derrumba con violencia y estrépito. Las avalanchas y aludes existen también en otros ámbitos, como en la vida cotidiana. Por ejemplo, si durante estos días observan con atención los medios de comunicación se encontrarán con infinidad de imágenes, fotos, reportajes, etc., inmortalizando el nuevo fenómeno de las avalanchas humanas. Personas, familias y colectivos de población que corren por llegar antes que nadie a algún lugar, espacio o destino, a una velocidad de vértigo, como si el tiempo se acabara y hubiera que consumirlo a toda pastilla. De lo que se trata es de llegar, si puede ser, antes que el resto. Ya no tenemos que encender la televisión para encontrarnos con esas imágenes ya clásicas del inicio de las rebajas, cuando una marabunta lucha por colarse en un centro comercial para conseguir la ansiada felicidad que se esconde en una prenda de vestir o en otros cachivaches.

Las avalanchas humanas son un rasgo típico de la sociedad. Aunque siempre se han dado, no obstante, son mucho más frecuentes en la actualidad. Las facilidades de movilidad explican en parte las altísimas cifras de desplazamientos para salir de las grandes ciudades cuando se inicia un fin de semana, un puente o las vacaciones. La fiebre por consumir también justifica las ansias por llegar antes que los demás a esos lugares donde esperamos saborear las mieles de la felicidad en forma de un baño en la playa, una comida en el chiringuito de moda o una entrada a uno de esos festivales de música o teatro que se ofertan por aquí y por allá. Sin olvidarnos de los grandes conciertos o del fútbol y los toros, los dos principales espectáculos de masas en España. Todo esto ha sido lo habitual hasta que llegó el maldito virus y nos hizo replantearnos tantas cosas. Pero terminado el confinamiento, se suceden de nuevo las imágenes que comentaba al inicio, como si la libertad estuviera ahí fuera, esperándonos con los brazos abiertos.

Será que la nueva normalidad, de la que tanto se habla, vendrá envuelta en los aderezos de siempre. Si fuera así, que es lo que parece, deduzco que durante los últimos meses no hemos aprendido nada. Porque si tras el cautiverio forzoso, como algunos han calificado al tiempo que hemos estado confinados en nuestras casas, la tan ansiada libertad significa que vamos a realizar lo de siempre, entonces aquí hay algo que no cuadra. No creo que la libertad o la felicidad, que también se declara como objetivo personal y colectivo cuando nos encontramos en circunstancias adversas, tengan mucho que ver con regresar a las andadas. Lo bueno, sin embargo, es que frente a esta normalidad, que me desconcierta, durante este tiempo también hemos encontrado avalanchas de solidaridad y humanidad. Estas expresiones no se han evaporado. Siguen ahí fuera, con mucha fuerza. Es la otra cara de la moneda: personas que sueñan con un mundo mejor y que ponen lo mejor de sí mismas para conseguirlo. Y lo mejor es que su ilusión es muy contagiosa.