Hubo un momento en el que muchos parecimos estar de acuerdo en la gravedad de lo que estaba pasando. Ese momento ya no existe. Ahora algunos se amontonan en fiestas callejeras y otros seguimos limitando los contactos apenas al árbol genealógico. En el telediario conviven los mil próximos aviones de alemanes en Mallorca con los brotes que se multiplican por todo el mapa nacional. Los aeropuertos reciben repatriados en escasísimos vuelos humanitarios al tiempo que ven salir turistas hacia destinos exóticos donde, como dirían nuestras abuelas, no se les ha perdido nada.

Después de 11 horas de avión transoceánico con mascarilla y pantalla para volver a casa, no logro entender cómo alguien querría pasar por el trago (y el riesgo) que es volar ahora voluntariamente. Hasta hace cinco minutos no podíamos hacer mucho más que salir a comprar lo básico y estar en casa. El día después de tres meses de encierro, sentarse en una terraza al sol tiene la emoción de un viaje a Tailandia. Pues no. Algunos necesitan subirse ya al avión para ir de verdad a Tailandia, a comprobar que sigue ahí. A ponerle al Instagram un poco de azul y verde "paradise", que está muy soso últimamente.

Nos observo y pienso que no hemos visto la misma película. O quizás algunos no lloran ni con Titanic. En esta primavera oscura ha habido muertes por decenas de miles, desempleos masivos, cambios de vida insólitos que podrían ser definitivos. Los sigue habiendo, aún más veloces e intensos, en mundos que no nos son tan ajenos: Estados Unidos, Latinoamérica. Los podría volver a haber aquí -alertan los científicos- en un par de pasos en falso. Pero algunos ya están en otra. El "comportamiento modélico" terminó en cuanto dejó de ser obligatorio.

Me decía una amiga: "tampoco podemos dejar que el virus no nos deje vivir". Supongo que es una frase que se oirá mucho en los bares este verano para justificar licencias que sabemos que no deberíamos tomarnos. Cuando el virus no te deja vivir es cuando estás en una UCI conectado a un respirador. Todo lo demás, hipérbole. La vida ahora es más incómoda, más limitada, pero hay que adaptarse. Taparse los ojos para que no nos vean, como hacen los niños, solo nos devolverá a la casilla de salida. Hay pozo y cárcel en todos los juegos de mesa, también para los que creen que van ganando.