José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, ciudad de la que Pedro Sánchez parece haber olvidado que fue concejal, es uno de esos políticos del ámbito municipal que han salido bien parados de la pandemia, a pesar de que le tocó bregar con una ciudad acosada con fiereza por el covid-19, que la adoptó de inmediato como epicentro del terremoto vírico por su carácter cosmopolita. Tuvo que convivir con una presidenta autonómica de sus mismas siglas pero evidentemente histriónica y personalista, y percibir además la silueta siniestra de los cañones del acorazado Potemkin podemita apuntando desde Moncloa a la cabeza de Cibeles. Para los merengues capitalinos de distinto pelaje, que son legión, el actual alcalde solo alberga un defecto: su reconocida militancia "colchonera". Como el regidor tiene baraka, a nadie extrañe que en un mes le pasee el Atlético la Champions en autobús sin techo por el Madrid de los Austrias.

Le escuchamos debatir en el último webinar de LA NUEVA ESPAÑA con el alcalde de Oviedo, que juega en otra liga, y demostró que se adapta hábilmente a cualquier terreno de juego, presencial o telemático, y a cualquier categoría, con público en las gradas o con el cemento pelado. No necesita el VAR para golear a la oposición porque al contrario que otros políticos de su generación, no abusa de la finta ni del amago engañoso: es más Leivinha que Futre, más Gárate que Kun Agüero, puesto que no se le ve el asomo de un regate de trilero de cubilete. En esencia, podría decirse que Almeida es el chico bueno que toda izquierda necesita en frente para sentirse mejor, y también el candidato más capacitado de la derecha para hacer que quien se sienta aún peor sea Pablo Casado.