Hasta ahora, los seminarios eran reuniones de académicos alrededor de un erudito que compartía sus hallazgos con cierto aire de suficiencia. Con los años, fueron decayendo en favor de los congresos o conferencias aisladas de cada disciplina, en los que el formato no permitía tan estrecho contacto entre público y orador. El declive de estas convenciones o conversatorios, como los llaman en América, con filas de butacas vacías en regios auditorios, presagiaba el final de cualquier convocatoria de este tipo, a la que ni los alumnos universitarios parecían interesar ya en determinados ámbitos del saber.

Y en esas estábamos cuando llegó el webinar. Aunque sea pronto para predecir su futuro, algunos elementos aconsejan ser cautos con esta nueva herramienta digital, al menos en el contexto formativo o de contenido intelectual. No dudo de su efectividad para otros menesteres comerciales, profesionales o políticos de consumo rápido, pero tal vez encuentren algún que otro inconveniente en el entorno cultural.

Sin caer en la visión apocalíptica de Vargas Llosa en su civilización del espectáculo, nunca como hoy la materia educativa había tenido la necesidad de ser entretenida o impactante de conformidad con los infantiles cánones actuales, bastando con su esencialidad para la cabal comprensión del mundo. Ahora, en cambio, no es preciso leer los dos tomos de Mommsen porque la historia de Roma te la cuenta en veinte minutos cualquier influencer en Youtube, relegando el lento proceso de asimilación de los conocimientos al cuarto oscuro.

Jesús Domingo Martínez