Mi madre, que era una mujer de bien, una señora, según decían los que la conocían, prefería estar más cerca de los pobres y desvalidos que de los ricos y poderosos porque, apostillaba, generalmente los que menos tienen son los que más agradecen que les quieras.

Otra de las virtudes que tenía mi madre y que yo, por suerte o por desgracia, no pude heredar, es la que le permitía estar siempre más dispuesta a comprender y tolerar que a tratar de imponer sus ideas. Hasta tal punto era comprensiva y tolerante que, cuando alguien le caía mal, o no compartía su forma de ser y/o actuar, para quitarle hierro al asunto, terminaba diciendo: "pero habrá que quererle".

Hoy, recordando a mi madre intento conducirme con prudencia y comprensión y trato de no alterarme cuando leo en la prensa, escucho por la radio o veo en la televisión las noticias que día a día se producen; pero, créanme si les digo que, ni puedo ser comprensivo, ni puedo abstraerme de lo que pasa, ni puedo ser tolerante con los que, entiendo, quieren reavivar el odio entre hermanos (intolerable error, cuando sus predecesores ya se habían encargado de cerrar las heridas) y van camino de convertir a España en un erial.

Puede que esté equivocado, pero como reconozco que no puedo soportar el cinismo con el que se dirigen a todos los españoles algunos de los máximos responsables del Gobierno, para que no me quede ni una gota de rencor, prefiero decirlo y trasladar esta pregunta: ¿Qué más tiene que suceder en España para que los políticos sepan cuando tienen que dimitir, cuando tienen que cambiar de actitud, o cómo deben conducirse para no arrastrar al país al abismo?

A mi juicio, en cualquier país que se precie de ser digno de crédito, por mucho menos de lo que ya han dicho o hecho varios de los miembros del Gobierno, más de uno habría tenido que dimitir, y, ante situaciones como la que estamos viviendo, gobierno y oposición ya estarían sentados intentando poner en marcha fórmulas que pudieran evitar, primero, la ruptura del país, y después, su recuperación.

Por favor señoras y señores del Gobierno y de la oposición, dejen de tensar la cuerda, dejen los enfrentamientos preelectorales para cuando sea el momento, y pónganse a trabajar juntos, haciendo posible un gobierno de concentración nacional en el que, lógicamente, solo deberían tener cabida personas que, habiendo demostrado ya su amor a España, atesoren suficiente prestigio y formación profesional para poder abordar los delicados problemas que se avecinan; de hacerlo así, el pueblo español se lo agradecerá. De lo contrario, señoras y señores del Gobierno y de la oposición, pónganse de acuerdo y pregunten a los españoles qué queremos, planteándonos solo dos cuestiones:

¿Queréis que sigamos enzarzados? (lo que, sin duda, supondría la ruina de España).

O ¿queréis que unamos voluntades los partidos que defendemos la Constitución y nos pongamos a trabajar todos a una en un proyecto común, redactado por quienes tengan conocimientos para ello -sean de la izquierda o de la derecha- con un único objetivo: sacar a España adelante?

A los que ya han demostrado que no quieren una España igual, fuerte y unida, lo menos que se les puede decir es que se vayan, como poco, "a la porra".

Señor Sánchez, deje de abrazarse a los que le quitaban el sueño, a los separatistas y a los herederos de ETA, y de un paso hacía la cordura; si sigue como hasta ahora, pasará a la historia como el peor presidente que jamás tuvo este país.

Señor Casado, deje de tensar al presidente y póngase, de verdad, a su disposición, para hacer posible un gobierno de concentración nacional que sepa dar lecciones de buen hacer a todos los que, ya nos lo han demostrado, solo defienden intereses particulares o partidistas, pues no merecen la pena.

Ah, y señores. Sánchez y Casado, tengan principios y arrestos y déjense aconsejar por sus predecesores, pues, la experiencia siempre será un grado.

Lo siento mamá, yo no puedo terminar diciendo: "pero habrá que quererles".