Primero iban a ser diez por clase. Luego quince. Más tarde, veinte. Ahora dicen algunas comunidades que no tiene sentido que estén apelotonados en un parque pero distanciados en las aulas. O sea, treinta chaveas por clase y aquí no ha pasado nada. Nadie sabe cómo va a empezar el curso pero los responsables de educación quieren darnos clase de cómo va a ser la vuelta al cole. No lo saben ellos, porque nadie sabe si habrá rebrote o norma estatal común. Pero el caso es hablar, impartir lecciones. Menos mal que la natalidad hace que no haya una sobreabundancia de niños, ya sea en su vertiente adorable o zangolotino y que por eso no veremos clases con cuarenta pequeñuelos, como en mis tiempos, que si no, ya verían.

Hay prisa por organizar el curso cuando aún algunos no nos hemos organizado el verano. A veces las campañas de vuelta al cole comienzan cuando en el duro agosto está uno tumbado en la playa pero este año se empeñan en junio en hacer pronósticos arriesgados. Cuando un político habla mucho del futuro es que no tiene muy claro cómo gestionar el presente. El futuro, aunque esté a la vuelta del verano, siempre es un asunto socorrido, se puede especular gratis porque nadie ha estado allí. La educación es un asunto muy serio pero aquí lo que más nos gusta es el recreo. El saber no ocupa lugar pero el que quiere aprender necesita un sitio. Se habló de dar clases en el patio y de que cada alumno comería en su pupitre a solas y no en el comedor. Tampoco es plan de convertir los colegios en el penal de Alcatraz. Todo el mundo sabe que es parte esencial de la formación quitarle el bocadillo de salchichón al compañero. Los docentes no dan crédito. Sus tarjetas, tampoco.

Ya hay campamentos de verano, que serán un ensayo de cómo se relacionan los niños y de cómo se transmiten o no saberes y virus. Lo suyo es no tocarse mucho. Incluso, lo suyo es no tocar mucho la educación. Cada ministro del ramo hace una ley nueva, un sistema nuevo, todo por ver si pasa a la posteridad. La Ley Celaá, la Ley Wert, la Ley Villar Palasí, que fue ministro de Educación de 1968 a 1973 y que, además de ser el padre de la EGB y el COU, estableció la obligatoriedad de escolarizarse hasta los catorce años. Todo, con la ley de Educación de 1970. Ni a él, que parió unas siglas tan conocidas y familiares se le recuerda mucho. Por decirlo educadamente. Y con educación.