La epidemia del coronavirus ha sacado a la luz algunos grandes fallos del sistema de producción capitalista, y uno de ellos es el de la carne destinada al consumo humano. La cuestión es si aprenderemos alguna vez que las cosas no pueden seguir indefinidamente como hasta ahora. De nuevo se ha producido un brote del covid-19 en un gran matadero de Alemania.

El presidente de Renania del Norte-Westfalia, Armin Laschet, uno de los aspirantes a suceder a Angela Merkel al frente del Gobierno de Berlín, se apresuró a responsabilizar de lo ocurrido a los trabajadores rumanos y búlgaros de una subcontrata del matadero. Es siempre fácil encontrar fuera un chivo expiatorio, sobre todo si es de fuera, para tapar las propias vergüenzas como son no sólo las condiciones en que viven los animales hasta acabar en el matadero, sino también las que tienen que soportar los propios trabajadores inmigrantes. No es sólo que no puedan mantener éstos las distancias de seguridad, sino que se ven obligados a vivir amontonados mientras dura su contrato porque se les pagan salarios insuficientes.

Esa doble explotación tiene mucho que ver con el hecho de que los consumidores no parecen dispuestos a pagar medio euro más por la carne que se llevan a la mesa. Cerca de la mitad de los participantes en una reciente encuesta dijeron que el precio, y no la calidad, es el criterio por el que se guían a la hora de comprar en el supermercado.

Los Verdes, el partido ecologista que más se ha preocupado siempre del bienestar alemán, además de criticar el tamaño de las explotaciones, proponen un precio mínimo para la carne, algo a lo que se niegan, sin embargo, las empresas del sector.

El ministro de Trabajo, el socialdemócrata Hubertus Heil, ha anunciado su intención de acabar con las subcontratas a las que recurren los mataderos para ahorrarse costes, además de controlar mejor los alojamientos destinados a los inmigrantes, cuyo alquiler se les descuenta del sueldo que perciben.

En algunos países de la Europa del Este, los gobiernos han comenzado a tomar nota, y así, por ejemplo, en la República Checa se quiere tener que depender cada vez menos de las importaciones cárnicas y dedicarse en su lugar a la producción propia.

En varios de esos países, sobre todo en Polonia también se han dado graves escándalos relacionados con la producción industrial de carne, lo que explica el interés creciente de los consumidores por el etiquetado ecológico. Como dijo el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, "el hombre es lo que come".