Todos sabemos que durante los días y meses de confinamiento se han reducido notablemente las emisiones contaminantes. He agradecido especialmente la reducción de la contaminación acústica, mucho más "visible". Confinado sin poder salir de mi domicilio, el cese de toda actividad redujo el "ruido callejero" casi a cero, lo cual ha resultado una experiencia relajante e insólita. Silencio roto por aplausos a los sanitarios y el Resistiré, esa canción de aliento y esperanza, casi el himno de la pandemia. Recordaré también esos mensajes proféticos de optimismo colectivo: "Todo va a salir bien", "cuando volvamos seremos distintos, pero ya somos mejores" .

A medida que avanzamos fases, voy constatando que no, que no somos distintos ni mejores, y que la llamada "Nueva Normalidad", no tiene nada de nueva. El paulatino regreso a la nueva normalidad, es volver a la misma normalidad de antes.

Me explico: una vez entrados en "Fase uno", en la obra del edificio de al lado han regresado los operarios, el martillo picador y los taladros percutores con su percusión monótona, pesada y persistente desde las ocho a.m. hasta vete a saber cuando paran.

Ayer desmontaron uno de los andamios que cubría la fachada, cuyas piezas eran arrojadas sin contemplaciones sobre la caja de chapa de una camioneta con estruendoso estruendo, bien temprano, con la fresca. También han regresado las "radiales" con sus aullidos chirriantes cortando metales y baldosas: parecen sirenas de alarma por bombardeo? Me pregunto si seria tan complicado cubrir o tapar los vanos de las desaparecidas ventanas, con el fin de aislar en parte los múltiples ruidos que se producen en el interior de la obra, y salen a la calle y rebotan en el edificio de enfrente y en el patio interior. Había pensado sugerirlo al encargado y al ayuntamiento, pero seguramente pensarán que estoy loco si lo hago.

También han vuelto los que aparcan en doble fila para ir al banco, al cajero, a sus asuntos, y los que no pueden sacar su coche por que el de la doble fila se lo impide, y comienzan a tocar el claxon, y a tocar el claxon y a tocar el claxon para avisar: tres, catorce, dieciséis veces? Ene veces, las que haga falta hasta que aparezca el otro que no le deja salir, y claro que le molesta no poder salir, es natural. En ocasiones se produce jaleo de voces, cabreos, insultos que adornan la calle después de los bocinazos?

Ya es costumbre, tradicional, y ha vuelto: esta "costumbre" no ha cambiado, nadie ha cambiado, sigue operativa, funciona igual que antes del confinamiento.

Está prohibido hacer sonar el claxon, el hecho de que alguien haga doble fila, no da derecho a "tocar la bocina" como en una feria y molestar a toda la vecindad: civismo de base.

Recuerdo haber vivido en una ciudad, cuya plana orografía, permitía dejar los vehículos en doble fila sin freno de mano ni marcha metida. Esto permite empujar al vehículo y se puede salir sin conflictos ni bocinazos. Una solución simple y eficaz. Me pregunto si esta buena costumbre se podría importar - exportar, y librarnos de la maldición de tocar la bocina para avisar?

También ha empezado a venir la furgoneta con el género de la pastelería: bien prontito descarga varias porta - bandejas con varillas metálicas y ruedas rígidas de plástico blanco. Traquetean al son de las extrusiones de la acera: concierto metálico asonante. Al rato carga las mismas porta - bandejas ya sin bandejas: más ligeras suenan más alegres, con un tono menos grave. Y esto, tampoco ha cambiado. No es mejor ni peor, es igual que antes.

Por supuesto también están llegando esa multitud de repartidores con sus traspaletas y sus pequeñas ruedas rojas de plástico. Reparten mercancías paletizadas, recorriendo distancias importantes por la calzada y les acompaña el ruido de las chapas amarillas; los "cuernos del toro de mano" al son.

También he visto al del buzoneo empujando su carro azul de cuatro ruedas negras y duras, resonando por la acera: al tran tran, de portal en portal repartiendo ofertas de buzón en buzón.

Y esto, tampoco ha cambiado, no.

Recuerdo haber leído hace tiempo, que en la ciudad de Venecia, prohibieron las maletas con ruedas rígidas, por eso, por el ruido. Imaginen millones de turistas traqueteando por la ciudad con sus troley. Las han prohibido. Las ruedas ahora deben ser neumáticas. Seguirán visitando Venecia millones de turistas, pero al menos no hacen ruido con sus equipajes. Quizá eso sí sea nueva normalidad.

También han salido del confinamiento las motos. El de la TMax 550, con su escape Akrapovic se reconoce desde muy lejos, y el de la Chopper con sus escapes cromados y sonido motor bicilíndrico - americano - auténtico - registrado, y los deportivos esos tan guapos de suspensión rebajada, y equipo de música volumen brutal con el que hacen vibrar hasta los vidrios de las ventanas de la casa en la octava planta. Esto tampoco ha cambiado. Tampoco es nuevo, ni me parece normal.

Si realmente existe voluntad de hacer real una nueva normalidad, debemos re-invertir en educar y reeducar, renovar y reconstruir nuestros entornos públicos urbanos y naturales, corregir sus patologías, actualizar lo desfasado.

La pandemia nos ha enseñado que cosas tan sencillas como respirar, pasear y tomar el sol o jugar en los parques, es más necesario, valioso y natural que aparcar en doble fila el coche de tus sueños.

(*) Doctor por la Universidad de Salamanca, investiga y desarrolla acciones en el paisaje urbano, natural y cultural