El Congreso de los Diputados es un gallinero. No hemos aprendido nada de la terrible situación por la que hemos pasado, y lo que nos queda. Será porque no está permitido abrazarnos, darnos esos achuchones que tantos echamos de menos, lo cierto es que en lugar de abrazos hay tortas. Unas dialécticas, otras reales. Tanta tensión en la política tensiona también a los ciudadanos. El Gobierno debiera ser más prudente y no provocar a la oposición que está a la que salta, salvo aquellos que siguen sacando tajada de la situación. La colaboración se pide de buenas maneras, no se exige. No se puede tender la mano y que, encima, te la muerdan. Nadie está contento con la situación política. Incluso el expresidente del Gobierno, Felipe González, ha vuelto a poner de manifiesto sus diferencias con el Ejecutivo de coalición de Pedro Sánchez al que ha llegado a comparar con el "camarote de los hermanos Marx". Algo de razón tiene el ex presidente socialista más popular. El tal camarote hay que hacerlo extensivo al resto del Congreso. Mucho bla, bla, bla, pero poco entendimiento. Hay que hablar menos y hacer más.

A propósito de todo esto, me viene a la memoria una frase del siempre genial Groucho Marx: "Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente". El actor ironiza sobre la estupidez humana y cómo se expresa sin que nadie lo pida. Y eso es lo que tantas veces ocurre con nuestros políticos. En el semanal "aló presidente" que cada vez me recuerda más a los largos discursos de Fidel Castro, cabría pedirle al presidente del Gobierno, brevedad y concisión, ir directamente al grano y que deje de hablarnos como si fuéramos unos críos.

El ex presidente ha hecho hincapié en un aspecto que se le critica mucho al Ejecutivo de Sánchez. Felipe González ha defendido que quienes discrepen de la actual línea del Gobierno o del PSOE, tienen "el privilegio y la obligación" de decirlo. Sería en su época, porque ahora el que discrepa es fulminado de inmediato. Las purgas están a la orden del día.

Es una pena que la relación entre González y Sánchez no sea todo lo fluida que cabría esperar. Escuchar la voz de la experiencia no le vendría del todo mal al presidente del Ejecutivo. Debería hacer con González lo que habitualmente hace con el nacionalismo, el independentismo y ahora también Ciudadanos, levantar el teléfono, llamar, hablar y quedar para una conversación en profundidad. González, que es un buen estadista, tiene el sentido de Estado que le falta a Sánchez.