Algo que se ha puesto en evidencia en estos tiempos de confinamiento, además de otras muchas cuestiones que sería bueno revisar, ha sido la diversidad de situaciones que se han dado a la hora de tener que impartir y/o recibir las enseñanzas académicas vía telemática. En determinados casos, las clases se han podido dar vía online sin ningún problema, porque los colegios, los maestros y la mayor parte del alumnado estaban preparados tanto para impartirlas como para recibirlas, sin mayores contratiempos; pero en otros no ha sido así, bien porque los colegios no estaban al día, tecnológicamente hablando, bien porque los maestros no disponían de los medios o de la suficiente formación a los efectos, o bien porque, en el peor de los caos, los alumnos no podían recibirlas, dada su escasez de medios y/o la falta de apoyos humanos.

En los casos en que los alumnos han dispuesto de un ordenador, una tableta, e incluso del apoyo del padre o de la madre para poder seguir aprendiendo, solo la organización de las rutinas domésticas puede haber sido el elemento determinante; pero cuando la carencia de medios o la falta de apoyos se ha hecho patente, las situaciones de agravio comparativo han propiciado estados de angustia y/o de desesperación en padres y/o en alumnos, que solo, en algunos casos, el esfuerzo y la desmesurada dedicación de los docentes y de algunas ONGs han podido paliar.

La falta de recursos tecnológicos y/o de apoyo humano, una vez más, ha puesto de manifiesto el desamparo en que se encuentran muchos niños a los que solo el colegio puede ofrecerles todo aquello de lo que carecen en sus casas. En determinadas situaciones, solo los maestros y, como se ha referido, algunas ONGs que habitualmente trabajan en ayuda de los niños más desfavorecidos y de las familias en riesgo de exclusión, poniendo de su parte todo y mucho más, es decir, llegando incluso a visitar personalmente a los más desvalidos, para llevarles y/o recogerles sus trabajos, o facilitándoles tarjetas de datos para que pudieran trabajar online, han podido evitar su retraso; pero en la mayoría de ellas, los alumnos que no han podido seguir las clases, dada su precariedad, han sentido la angustia de sentirse solos y desamparados en el confinamiento y deseosos de poder volver al cole, que, desgraciadamente para unos cuantos, es en el único sitio donde, además de aprender, pueden comer.

Por eso, y pensando en lo que pueda pasar en el futuro, las autoridades educativas habrán de arbitrar más soluciones para intentar evitar que, como siempre, ante la adversidad, los carencias de los más desafortunados sigan acrecentando sus distancias con el resto.

Seguro que muchos maestros seguirán dispuestos a darlo todo, pero, por favor, que su dedicación, como la de los sanitarios y muchos profesionales que siempre están cuando más los necesitamos, se vea convenientemente recompensada.

De no ser así, las profesiones más vocacionales, como son las de maestro, médico o enfermero, entre otras muchas, irán perdiendo predicamento, para desgracia de todos.