El diccionario de la Lengua Española define así distopía: "Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana". Pues bien, ahora que se ha puesto bastante de moda la palabreja, juguemos a la distopía. Imaginemos que se llevan a cabo inmediatamente las miles de dimisiones que en España se reclaman a diario. A la cama no te irás sin pedir una dimisión más. Tal parece ser el lema de los políticos, los portavoces de cualquier organización e, incluso, de la propia sociedad. Aquí no eres nadie si no exiges dimisiones, ceses o destituciones en cuanto te levantas y desayunas. Cualquier denuncia sobre presuntas irregularidades tiene que ir acompañada, faltaría más, por la correspondiente solicitud de dimisiones. ¡Que dimita Fulano!, ¡que se vaya Perentano!, ¡todos a su casa, que son unos?(y ponga usted en esta casilla el epíteto, grueso si puede ser, que quiera). Pero si a usted se le ocurre preguntar al que quiere mandar a todos a freír espárragos qué hacemos después de lograr toneladas de dimisiones, probablemente se encuentre con el vacío, con el silencio, con "un yo qué sé, yo no entiendo de política" muy significativo.

Hala, ya los hemos echado a todos, ya no queda nadie con mando en plaza, ya tenemos el país en barbecho. Borrón y cuenta nueva, pero ¿qué cuenta? Aún no he oído ninguna alternativa seria tras las consuetudinarias exigencias de dimisiones. Tan solo se insinúan los consabidos "váyase, que ya vendremos nosotros y arreglaremos esto", pero no se dice cómo; suelen ocultarse las verdaderas intenciones tras las demagogias y los gritos de rigor, que se decía hace años.

Viajemos a lo concreto, a esas impresentables, absurdas y descorazonadoras broncas que estamos viviendo en Congreso, Senado, comunidades autónomas (por fortuna en Castilla y León estamos más calmados, serán cosas de la edad) y otras instituciones. Si Casado y Abascal quieren gobernar, que presenten una moción de censura y la ganen. Así de fácil. Claro que la osadía es mucha y las garantías de éxito, menos que mínimas. Sin embargo, ese riesgo lo asumió Pedro Sánchez hace dos años con Mariano Rajoy en el poder. La iniciativa parecía temeraria y condenada al fracaso, como había sucedido tiempo atrás con Felipe González contra Suárez y con Hernández Mancha contra González, pero prosperó porque Sánchez y el PSOE lograron aglutinar los votos suficientes. El camino está marcado y contemplado en la propia Constitución. Eso sí, se exige una moción constructiva, es decir que no vale con echar al que está, sino que, además, tiene que proponerse un candidato que obtenga el necesario e imprescindible respaldo. O sea que la Carta Magna ya contempla el horror al vacío y lo evita. Ya responde a la pregunta "y después, ¿qué?" Después, que gobierne el que ha triunfado en la moción de censura. Y se acabaron la especulación y los "que dimita, que dimita". Moción con programa, programa, programa, que diría Anguita, debate en el Parlamento y el que más chifle, capador, como ocurre en cualquier democracia que se precie, cada una con sus reglas, naturalmente.

Otra opción es proponer, a las claras, sin tapujos, nuevas elecciones. ¿Por qué no lo hacen Casado, Abascal, los cacerolos y demás compañeros mártires? Por dos razones, como mínimo: porque saben que no las van a ganar y porque la sociedad española rechaza esta vía, está harta de inestabilidad y de votar para seguir más o menos igual. Pero la posibilidad está ahí: que pidan comicios y a ver qué pasa. Y, sobre todo, que respondan cuanto antes a la pregunta que encabeza este artículo: "Y después, ¿qué? Si lo primordial es dominar al virus y reconstruir la economía, ¿cómo le explican a los ciudadanos, esos en cuyo nombre dicen hablar, que para algunos lo esencial son sus intereses personales y partidistas y no el bien común? Lo tienen difícil, pero mientras hablen y actúen solo para los convencidos, pues eso. Vamos a vencer la pandemia, vamos a intentar crear riqueza y empleo y ya habrá tiempo para pasar las facturas al cobro político. Y en todos los lugares, eh, en todos los lugares, porque lo que se va sabiendo de la Comunidad de Madrid y de sus residencias de ancianos pone los pelos de punta. ¿Aplicarán algunos el mismo baremo a la hora de exigir dimisiones?

De modo que la distopía se presenta complicada. Eso de la alienación humana me ha dado que pensar. Una de las acepciones es "Limitación o acondicionamiento de la personalidad impuestos al individuo por factores externos". Pero hay otras dos turbadoras: "Trastorno intelectual, tanto temporal como permanente", y "Estado mental caracterizado por una pérdida de sentimiento de la propia identidad". Para tragar saliva.