Lo más estimulante que leí ayer en este diario no estaba en la portada, ni en la información política o la opinión; menos aún en las secciones económica o deportiva. Estaba en una breve nota de la penúltima página, donde el cantante Manolo García soltaba que "sin amor al prójimo, el planeta es infumable y durísimo". Ojo al matiz, no decía "sin amor del prójimo", sino "sin amor al prójimo". Es decir, no hablaba desde el egoísmo del recibir, sino desde el altruismo del dar. Nada más cierto. Cuesta metérselo en la cabeza a veces, pero individualmente somos muy poquita cosa y nada de lo que nos hace grandes hubiera sido posible si no fuese por nuestros hábitos sociales o de colmena. Ni siquiera el escritor que escribe a solas una gran novela o el pintor genial que se dedica en exclusiva a su pintura, podrían hacerlo si no vivieran con muchos otros que le proporcionan lo que necesitan mientras ellos crean. Nuestro problema como especie es que nos conviene vivir en sociedad, en comunidad, en colmena, pero nuestro pensamiento, nuestra personalidad es individual. Y eso implica un esfuerzo cotidiano por no desvincularnos del otro, de los otros, de quienes nos rodean y nos permiten, solo si están ahí trabajando en equipo, ser lo que somos. Sin amor al prójimo, como dice el cantante, la vida se hace demasiado cuesta arriba. O lo amas o lo ves como una amenaza, reaccionas en consecuencia y se confirma lo de aquel filósofo, Hobbes: "El hombre es un lobo para el hombre". Son los otros, además, quienes dan sentido a lo que hacemos. ¿Para qué querría yo escribir, si no fuera a leerme nadie? ¿Para que haríamos casas, si no exisiteran otros que las habitaran? ¿Qué sentido tendrá esforzarse toda la vida, si no existieran los hijos, los familiares, las personas queridas y la tribu en general con quien compartir, de algún modo, las ganancias materiales o espirituales?

Y sin embargo, nos ha tocado vivir un tiempo en el que se pregona la primacía de lo individual, del egoísmo y hasta de la codicia. Importa lo que tú tengas, lo que tu consigas, lo que tu seas. Y a quienes se queden por el camino, es su problema, que se hubieran esforzado más; "es el mercado, amigos". Se presenta como doctrina económica indiscutible, la única posible, pero es en realidad una ideología vieja y dura como la humanidad misma: ley de la selva o del más fuerte, supervivencia de los mejores (de los mejor situados, significa siempre). Su base, claro, no es amar al próximo, sino justo lo opuesto: detestarlo, despreciarlo e ignorarlo, pues solo así es posible defender la vía estrictamente individual del triunfo o supervivencia. En ese mundo, opuesto a la vida en comunidad, en sociedad, en colmena, no caben los servicios públicos para todos, sea la sanidad universal, la educación pública o cualquier tipo de legislación que defienda a los más débiles. Que cada cual se pague lo que pueda o se muera de asco, si no puede. En ese planeta durísimo del odio al prójimo que late tras la ideología de las castas dominantes no debería haber ni carreteras, aeropuertos o trenes, salvo que fuesen privados. No habría nada de lo que nos caracteriza colectivamente porque lo colectivo estaría vetado, prohibido. Cada hombre sería un lobo para cada hombre como de hecho lo es en determinadas áreas de negocios, financieros sobre todo, donde esa ideología se aplica sin restricciones.

Cada vez que acudimos a votar tratan de engañarnos como a niños y no pocas veces se salen con la suya. Nos enredan con abalorios verbales y grandes palabras, tipo España, bandera, honor, patria, libertad o cultura del esfuerzo. Y consiguen que no veamos que la elección clave es siempre la misma: o elegimos lo común, lo de todos, amar al prójimo; o elegimos lo individual, lo mío, la desconfianza o desprecio al otro. Para hacer atractivo esto segundo, desagradable de por sí, nos ofrecen menos o ningún impuesto, libertades de elección de porductos, posibilidad de que estemos entre los ganadores y un mundo en el que todos, en fin, podemor ser ultrarricos solo con que nos lo propongamos. Como si fuera así de fácil y diera lo mismo nacer en una mansión que en un barrio de chabolas. Lo cierto es que Manolo García va sobrado de razón y sin amor al prójimo, al próximo, a quienes nos rodean, vivir es insoportable y durísimo en este planeta al borde de la agonía. Todas las religiones lo predican, todos los códigos éticos, los mejores pensadores a lo largo de la Historia? Es incomprensible que una pandilla de chiflados riquísimos y poderosos nos están llevando desde hace algunas décadas hacia el extremo opuesto. Piensen en ello, ahora que defender lo común va a ser cuestión de vida o muerte para millones de personas, cuando la pandemia se acabe de transformar en brutal crisis económica. O empezamos a querer al de al lado como el hermano que es, o nos queda muy poquito recorrido. Buenos días y feliz fin de semana.