El otro día hablábamos del diccionario y su cálido amparo de palabras, ya importantes y queridas, o indeseables. Puede que sea ese archivo del idioma el primer objeto democrático de la misma, en el sentido de que todas las palabras tienen voz y voto independientemente de su significado.

Y nos referíamos a "confinamiento" como mantra maldito, palabra gastada después de tanto tiempo cubierta por el polvo del olvido. Y nos tocó usarla y padecerla, y a mayores buscar el significado con un pelín de masoquismo. Pero miren por dónde me acaba de regalar un amigo "un palabro" más apropiado que desescalada : " confinitamiento ", inventado por obra y gracia de su hija, de cinco añitos, que ya apunta maneras de académica.

Ojo con los niños, a veces te descolocan, cuando no te adelantan por la izquierda y tú sin enterarte. La niña de mi amigo con una palabra nueva, como su cartilla de letras, condensa y resume un penoso proceso; te saca a la calle y te pone a pasear sin rodeos ni limitaciones. Los niños, pueden hablar alto y claro porque no tienen timbre, ni casa propia, ni hipoteca, y apenas vergüenza. Es la razón por la que suelen acertar con genialidades como la palabra inventada al hilo de interminables días sin patio ni colegio. Mis nietos también me enseñan palabras nuevas y trucos de magia que olvidaron yo les enseñé primero. Sin embargo al más pequeño, con tres años recién cumplidos, no le han valido video-llamadas, ni pantalla familiar partida y quiere ver a su abuelo sin truco ni eufemismos de confinamiento.

La pandemia, pseudónimo de peste, deja tocado a todo el mundo de alguna manera. Ahora, con la desescalada, perdón "confinitamiento ", me pide ayuda para subirse al primer banco de la calle que pilla,a falta de toboganes y columpios.

Pero el confinamiento puro y duro lo han sufrido niños y niñas sin cuento a lo largo de la historia, desde los que trabajaban en las minas de Inglaterra, en tiempo de Dickens, hasta quienes lo siguen haciendo en pozos de diversa extracción en América Latina. Desde los que aún lo padecen en campamentos de refugiados hasta aquellos que lo sufrieron en Sarajevo y alrededores, sin móviles ni otra realidad virtual de entretenimiento que su inocencia aburrida de esperar: He aquí que llevaban mucho más tiempo que nosotros y en peores condiciones, durante la guerra que les sacó de sus viviendas, teniendo que refugiarse en sótanos inmundos meses y meses, arriesgándose las familias a salir en procura de víveres imprescindibles. Cuando parecía que el alto el fuego se mantenía, hubo niños que salieron a los parques a tocar la realidad que la pesadilla del confinamiento les negaba. Pero también hubo quien les disparó, y aquellos asesinos tenían nombre y diccionario pero censurado y reducido a tres palabras: muerte, desvergüenza, indignidad, de las que sabían perfectamente el significado.

Confinitamiento no existe pero compasión, solidaridad, justicia y otras de parecido campo semántico, en la cabeza de muchos, tampoco.

El otro día, mi nieto de seis años, preguntaba si su primo pequeñito pensó alguna vez que era bebé. Le pudimos plantear si recuerda de sí mismo cavilaciones de ese tipo a dicha edad, pero preferimos decirle que el pensamiento tiene parecido recorrido al de las piernas. Como inexorablemente ocurrirá, cuando lo pueda comprobar después, con la fatiga de los años y el cansancio acumulado de la memoria. A mi nieto le hubiera felicitado Descartes: "Pienso luego existo", pero quedó corto el genio francés, porque nosotros antes de filosofar, o darle al coco al mínimo, ya llorábamos, reíamos y buscábamos la teta sin pensarlo ni hacer dialéctica sofista. Si eso no es pensar, tampoco mi nieto tiene un primo.

Otra indagación familiar antigua que ahora recuerdo es la de mi hija pequeña cuando era una niña: Estaba un servidor en el primer viaje a París, tiempo ha, y llegó la hora de la conferencia con la familia. Tras el pequeño relato entusiasmado de mi periplo parisino las niñas me contaban las construcciones fantásticas con sus juguetes, más importante para ellas que la torre Eiffel, hasta que la pequeña, que llevaba una semana sin verme, y me echaba de menos sobretodo a la hora de irse a la cama, se queja: "papá no te encuentro en mipensamiento". Pero yo estaba en el diccionario, y en su corazón de incógnito; y ahí sigo, como una avecilla quieta en su frente pensativa. Confinitamiento no existe, y un servidor puede que tampoco.