Pablo Iglesias acusó a Vox de querer dar un golpe de Estado, pero no tener valor para hacerlo. Lo hizo en "la comisión de reconstrucción" que el Gobierno creó, se supone, para buscar consensos, ideas y acuerdos que nos lleven a superar la grave crisis económica que padecemos. Toda una declaración de intereses. Y una clara demostración, primero, de quién es el responsable del clima de crispación y de frentismo que invade la vida de los españoles y, en segundo lugar, de que a este Gobierno lo que le interesa no es buscar acuerdos con la otra mitad de España para salir de la crisis sino, por el contrario, anular a esa mitad, subyugarla y silenciarla.

La provocación del vicepresidente no fue inocente, como no lo es nada de lo que ha hecho desde que desembarcó en la política española. Además de perseguir distraer la atención para que no se hable de la penosa gestión de este Gobierno, Iglesias lleva por el libro el manual del golpe suave -un golpe de Estado sin violencia- del filósofo y politólogo Gene Sharp e incluso lo ha readaptado a su propia situación personal: el golpe suave era contra el gobierno, pero, en sus manos, en estas últimas fases, es a favor de su gobierno. Algunas acciones las ejecutó desde la oposición: generar un clima de malestar (denuncias de corrupción y la promoción de intrigas); intensas campañas en defensa de los derechos humanos acompañadas de acusaciones de totalitarismo contra el gobierno; activar la lucha por reivindicaciones sociales y políticas con la promoción de manifestaciones (y escraches?) que cuestionen las instituciones? Otras, las lleva a cabo desde el gobierno: en la que estamos, crear un clima de ingobernabilidad y, la última, que viene de inmediato, controlar las instituciones (especialmente la judicatura) y lograr el aislamiento internacional del país.

Este plan, como el propio Gene Sharp describió, sólo tiene un talón de Aquiles: si el sujeto (los ciudadanos) no obedece, los líderes no tienen poder. Es decir: al final los españolitos somos los que tenemos la última palabra. Y eso, que parece toda una gran baza, ahora se antoja un enorme riesgo porque el mayor éxito de este desgobierno es que ha recuperado, con todo su vigor y radicalismo, la fractura de las dos Españas con una desmoralizante lealtad de secta.

Los españoles estamos sometidos a una constante ofensa a nuestra inteligencia. Vox es extrema derecha, y por ello algo demoniaco, pero Podemos, que es extrema extrema izquierda, es un dechado de santidad; el PP es el responsable de todos nuestros males por criticar -¿qué tiene que hacer la oposición más que oponerse?- a este Gobierno, pero Pedro Sánchez, que hizo su biografía política con el "no es no", es un ejemplo de bonhomía y de consenso; la oposición es perversa por no aceptar apoyar al Gobierno, pero éste, que le pide los acuerdos a fuerza de insultos y descalificaciones -Adriana Lastra es la musa de esta paz a garrotazos-, es el no va más de la concordia política; Ábalos, que nunca explicó -ni lo hará- su noche perversa con Delcy, es un demócrata intachable, pero Casado, por decir no a un estado de alarma más, es el demonio; Marlaska, y su patética actuación con los mandos de la Guardia Civil, es un ministro intachable y quienes le piden explicaciones son unos desestabilizadores que llaman a la sublevación de este cuerpo; Casado y el PP, por mantener posturas similares a las de Vox, son "basura" de extrema derecha, pero Sánchez que pacta con Bildu y ERC es un centrista socialdemócrata y conciliador de toda la vida; los que, cacerola en mano, protestan contra el gobierno son despreciables fachas frente al jarabe democrático que aplican las chicas y chicos de extrema izquierda cuando se manifiestan o hacen escraches ? Y si volvemos al bicho de nuestra pandemia, la ofensa a la inteligencia de los españoles es ya un insulto: el domingo 24 de mayo había, oficialmente, 28.734 muertos por el virus; el lunes 25, se cuenta de otra forma y pasan a ser 26.834; al día siguiente, martes, 27.117; al siguiente, miércoles, 27.118 aunque el Gobierno dice que en la última semana fallecieron 38 personas; y por el medio dos datos relevantes: la Seguridad Social informa de que hay, desde marzo, 38.508 pensionistas menos -y no por renunciar voluntariamente a su pensión- y el instituto Carlos III -organismo oficial- señala que en este periodo se han registrado 43.034 fallecimientos más de los que estadísticamente se producían?

Y lo triste es que hay una legión de españolitos que son víctimas activas de ese cúmulo de mentiras. Un ejemplo: el lunes me cruce en la calle con un exconcejal y exdiputado socialista con el que mantengo una latente amistad desde 1979, después de muchas batallas en común. Casi ni me saludó: "¡has cambiado! ¡No eres tú! ¡El que escribe eso no es el que yo conocí!". Me limite a darle una simple dosis de realidad: "Los que habéis cambiado sois vosotros: pactar con Bildu, con ERC, con los comunistas radicales de Podemos, ruedas de prensa sin preguntas, perseguir al que piensa distinto, un partido obediente y temeroso sin debate interno?". Silencio de secta. Y adiós. Otro ejemplo: pertenezco a una peña de jugadores de golf (sin cacerolas) y hay miembros -gente sensata, seria y respetable- que han dejado de saludar a los que criticamos a este gobierno. Este es el reflejo de la España que quiere Iglesias y que Pedro Sánchez le está permitiendo construir: una España dividida y enfrentada, sin libertad de opinión y sin control, ni político ni legal, sobre su Gobierno.

Una vez más, sólo nos queda la Justicia. Y no es una baza muy segura, porque a la fiscalía y a la judicatura parece costarles ir contra estos chicos de la extrema izquierda que organizan escraches y te persiguen, insultan y acosan. Además: ¿cómo confiar en una Justicia que mañana puede tener vestidos de nuevo con toga, juzgando nuestras vidas, a personajes tan independientes (¿?) como Marlaska, Margarita Robles, Dolores Delgado -¡es que todos los jueces y fiscales son socialistas!- o a eternos aspirantes a magistrados del Constitucional que se empeñan en hacer méritos pidiendo ya la ilegalización de Vox? Pero, aún así, sólo nos queda confiar en la Justicia porque la política ya no ofrece ninguna alternativa viable con un país fracturado en dos bandos y un gobierno en manos del nuevo fascismo de izquierdas que es el separatismo y el comunismo decimonónico. Nos queda la jueza Carmen Rodríguez-Medel, que era una diosa cuando actuó contra Cifuentes y Casado, y ahora es el reflejo del mal por investigar la desastrosa y mortuoria gestión de este Gobierno en el 8-M; nos queda el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional y el Tribunal Constitucional? A este desgobierno sólo lo podrán regresar a la realidad democrática y constitucional las sentencias judiciales. Por eso, la siguiente fase que vamos a padecer de Iglesias, su presidente secuestrado y todos sus acólitos será un ataque contra la Justicia. Toca amedrentar a los jueces y fiscales para cerrar el círculo del golpe suave que acabe definitivamente por convertir a este país en una república bananera.

Y también nos queda Europa, que dará dinero con condiciones. Pero, si partimos de la evidencia de que Iglesias seguirá siendo vicepresidente, sólo cabe esperar que este desgobierno continúe aplicando la máxima de George Orwell: "el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas". Aunque siempre nos quedará la esperanza que, como dijo Cortázar, "es la vida misma defendiéndose". Aunque me parece mucho más apropiada, para la situación que vivimos, otra de sus frases ilustres: "Sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez este absurdo infinito".