Los humanos somos muy dados a inventar futuros y a construir escenarios maravillosos donde recrear lo que queremos ser o lo que nos gustaría hacer. ¿Quién no ha imaginado alguna vez que está viviendo como un marajá, viajando por esos lugares de ensueño que uno solo llega a disfrutar a través de la televisión o de los folletos turísticos, conduciendo un bólido que quita el hipo, tumbado a la bartola con un buen tío o una buena tía en una de esas islas paradisíacas, en mitad del océano, o incluso con viajar a la luna? Bien es sabido que la imaginación es un arma muy poderosa de creación de espacios virtuales, que solo pueden disfrutarse o tocarse con las puntas de los dedos si se dan las circunstancias adecuadas para que lo que uno sueña o imagina se haga realidad. Me lo repite todos los días el amigo Joaquín, 87 años, cuando hablamos de tantos y tantos reportajes, artículos y columnas de opinión que especulan o fantasean con la recuperación de muchos lugares tras las consecuencias de la pandemia que estamos viviendo.

¿Qué pasará con nuestros pueblos? ¿Empezarán a llenarse de nuevos pobladores, como auguran algunos escribientes? ¿Se recuperarán las calles, las plazas y las casas ahora vacías que antaño cobijaron vida? Si así fuera, ¿tendríamos que aprender a gestionar el mundo rural con otros parámetros y con nuevas herramientas? Créanme: nadie lo sabe. Por ahora, nos movemos en el terreno de las especulaciones y de los buenos deseos. La supuesta fiebre que estamos viviendo con el incremento de alquileres de casas rurales para pasar las vacaciones de verano no significa que vaya a producirse un efecto contagio en otros campos de actividad económica. El amigo Joaquín sospecha que este incremento será coyuntural y que, cuando pase el miedo al maldito virus, todos volveremos a esa supuesta normalidad que nos ha conducido hasta aquí. Imaginar, dice él, que los pueblos van a incrementar la población en los próximos años a un ritmo considerable es confundir los deseos con la realidad, mear fuera del tiesto y no tener los pies en el suelo.

Comparto, en parte, el pesimismo de Joaquín. Sospechar que los pueblos van a llenarse de nuevos pobladores, así, de repente, es desconocer las razones de la movilidad. Las migraciones siempre se han producido, entre otros factores, por la necesidad de buscar las habichuelas. Cuando miramos ahí fuera y vemos que otras personas viven mucho mejor que nosotros, entonces reaccionamos. El problema es imaginar que por esos mundos de dios todo el monte es orégano y que los perros los atan con longanizas. Y no. Para el renacimiento de los pueblos deben cambiar muchas cosas y, de manera muy especial, poner en marcha nuevos proyectos innovadores de empleo. Pero para eso necesitamos medios y recursos, dice de nuevo el amigo Joaquín. Y tiene más razón que un santo. El problema, sin embargo, es que hoy disponemos de muchos medios para dar un nuevo impulso a nuestros pueblos que no se están utilizando. ¿Motivos? Sospecho que las luces de fuera nos siguen cegando, impidiéndonos ver todas las posibilidades que conviven a nuestro lado.