Releyendo a Russell, me encuentro con un pasaje muy evocador: "Una de las cosas terribles acerca de las armas nucleares es que, si se empleasen a gran escala, harían un inmenso daño, no solo a los combatientes, también a los ciudadanos neutrales. Estos tienen, pues, el derecho fundamental a defenderse, intentando evitar una guerra nuclear". En la actualidad, la amenaza no son las armas nucleares sino el fanatismo de unos y otros. Los demás, los ciudadanos neutros, asisten en su mayoría impasibles al deplorable espectáculo en el que intentan convertir la política. Parece no haber lugar para el sosiego, el discurso reflexivo, el lenguaje respetuoso. En su lugar aparecen los insultos, la deslegitimación del adversario político (que no enemigo) y los líderes reaccionarios.

Los que antes alentaban los escraches ahora los condenan, los que se autoproclaman constitucionalistas pretenden destruir el régimen de las Comunidades Autónomas, uno de los pilares de nuestra Carta Magna. La nueva política, que no tiene nada de nueva, se fundamenta en la confrontación y el disenso, con una sola línea programática: solo están de acuerdo en que no están de acuerdo. Y la vieja política, se muestra impotente, incapaz de llegar a acuerdos ni siquiera durante una pandemia mundial.

Desaparecidas las muestras de unidad y lealtad al interés general que sorprendieron gratamente a la ciudadanía en el momento inicial de esta gran crisis, apareció un escenario bastante más desolador: la política como un partido de fútbol. Hay que elegir un equipo, animarlo y perdonarle los errores. Si las cosas salen mal la culpa es del árbitro. Dada esta situación, no es de extrañar que algunos políticos equiparasen las protestas de este sábado con la celebración de un mundial de fútbol. Un espectáculo dantesco teniendo en cuenta que, a diferencia de la gran gesta que tuvo lugar en Sudáfrica, el coronavirus ha dejado en España al menos 27.940 muertos. No hay ningún motivo de celebración.

¿Y qué pasa si no eliges un equipo? Serás tachado de equidistante. Mejor eso que vocero o exaltado. Se puede pensar que la gestión del coronavirus ha dejado bastante que desear, y al mismo tiempo reconocer que ministros como Margarita Robles o Escrivá han desempeñado una gran labor. También se puede decir que la forma de actuar de Díaz Ayuso ha sido deplorable y afirmar convencido que los discursos de Almeida han sido toda una muestra de talante institucional.

Estoy convencido de que los ciudadanos que estamos descontentos con esta forma de hacer política somos mayoría. El problema es que los que están a los extremos gritan demasiado, se retroalimentan y amenazan con ampliar sus filas capitalizando la indignación y la rabia.

Hoy especialmente es necesario reivindicar figuras que representan esa tercera España que intentó evitar, sin éxito, que nuestro país cayera en el cainismo y el odio el siglo pasado. Por eso, no deja de llamarme la atención que salgan a la palestra personajes como Calvo Sotelo o la Pasionaria, y ningún político mencione a Chaves Nogales. Este gran periodista afirma en el prólogo de su libro A sangre y fuego "De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros". Finalmente, no fue fusilado, sino que falleció exiliado en Londres a los 47 años y ha permanecido como un personaje histórico olvidado hasta hace pocos años. También en ese mismo prólogo asegura "En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia".

Los equidistantes, los radicalmente moderados, los ciudadanos que pensamos en la política más allá de estrategias para arrancar puñados de votos, tenemos el deber de hacernos oír. Para ello, no necesitamos instar a la gente a rodear el congreso ni tampoco recurrir a bocinas estridentes. Entre tanto ruido, se necesitan voces que defiendan otra forma de hacer política: la de tratar a los votantes como ciudadanos y no como fanáticos que asisten a un espectáculo y se dejan llevar por sus emociones más primarias. No será fácil en la era de la indignación, pero merecerá la pena.

Tal y como señaló el zamorano León Felipe: "Mañana, cuando el odio se haya caído de nuestras miradas y de nuestras manos, como un arma inútil, como una herramienta inservible, aparecerá no un comunista ni un fascista sino un español: el hombre que ha buscado al hombre con más empeño en este mundo".

(Vuelve a leer el reportaje sobre Jonathan Pérez, el chico de la España medio llena)