La Unión Europea tomó conciencia hace un lustro sobre la importancia global de la comunicación: sobre la relevancia de dar a conocer su realidad sobre las medidas que toma, sobre las estrategias políticas de los Estados miembros al respecto, sobre la desinformación... Los cambios que han tomado las instituciones europeas para adaptarse han sido notables, creando nuevas herramientas y mejorando las existentes. En algunos casos esta actitud ha llevado a actores institucionales a entrar en el barro de las discusiones políticas, incluso en redes sociales, para sellar con autoridad sus considerados falsos debates.

La presente crisis está siendo ya afrontada por la Comisión Europea con esta nueva mentalidad. Así, tras dar a entender su carencia casi absoluta de competencias directas sobre sanidad, para desligar la descoordinación de sus responsabilidades, las instituciones se han centrado en lo que sí les afecta directamente: la Economía. Esto no significa que no haya activado mecanismos tales como el reparto de material sanitario a través de RescEU, o el refuerzo de la protección de las empresas y organismos de investigación sanitaria, pero su gran objetivo es otro.

Este tránsito del discurso sanitario al de la recuperación económica trae malos recuerdos. La antipática terminología que desde el 2008 hasta hace bien poco sacudió todos los ecosistemas políticos europeos - austeridad, recortes, control de gasto, condicionalidad, troika- son los primeros socavones que la Comisión trata de evitar en el largo camino que tiene por delante. A medida que la comunicación ha pasado a dominar casi en su totalidad lo que entendemos por política -en detrimento de la gestión, desde la fría burocracia cuyo cometido era hasta hace bien poco solo este último-, se está mostrando una capacidad de adaptación interesante. La Unión Europea sigue siendo una herramienta práctica para sus Estados miembros, menos dependiente de los platós y debates, pero no por ello pasa a ser un punching bag.

Esta nueva estrategia tiene varias fases. En primer lugar, el gran marco de la nueva política económica es diametralmente opuesto a la que comenzó en 2008, ya que, manteniendo el flujo desde los países con capacidad de endeudamiento hacia los más afectados - ya escuchamos la solidaridad como el término que lo activa-, a estos últimos se les va a pedir esta vez que utilicen al máximo esta capacidad de gasto. Solventamos el término austeridad y así los recortes ya no tienen aplicación.

Ahora bien, pasamos a un segundo estrato, y es qué se pide a estos Estados miembros a cambio. Un amigo presta dinero, es un padre o madre el único que lo regala. La Unión Europea no construye, por suerte, esta situación jerárquica. La contraparte de esta inversión hasta ahora era una eficiencia máxima para préstamos en condiciones muy favorables. Sin ella, es, en esencia, imposible que los gobiernos pagadores puedan ceder. Al fin y al cabo, por mucho que les pueda afectar internamente una caída de sus economías hermanadas, los debates políticos internos, sean o no cortoplacistas, nacionalistas o simplemente cautos, y la dependencia de estos gobiernos del electorado que así lo ve, no permitirían esta nueva estructuración de la inversión.

La solución no es otra que el cambio de la terminología. Ya no hay condicionalidades, sino recomendaciones, Gentiloni dixit. En exclusiva la sujeción al Semestre Europeo, en donde estas Recomendaciones Específicas por País se enmarcan. Una decisión curiosa, ya que ningún país europeo ha dejado de estar sujeto este desde que existe.

En cualquier caso, la re-definición de estas condicionalidades será lo que permita que los países más afectados por la crisis se acojan a las medidas activadas. Lo tendrán que vender en casa como un éxito. Para sus electorados, se consigue inversión europea sin condiciones ni creación de deuda - aunque el grueso vaya a seguir siendo préstamos-; los pagadores, en sus discursos, hablarán de transferencias a sectores clave y de préstamos solidarios. La realidad, inevitablemente llevará a un aumento de deuda y la sujeción a condiciones para su inversión eficiente. De lo contrario, la confianza en la Unión de los Estados miembros contribuidores netos se hundiría; una mala gestión de la crisis económica pondría en seria duda su utilidad interna que, no nos engañemos, es lo que mueve cualquier acción en política exterior, comunitaria incluida.

El antropólogo Marcel Mauss desentrañó hace cien años en su Ensayo sobre el don la profundidad de la reciprocidad de los intercambios, los fuertes lazos de correspondencia que crean los regalos. Hasta en el más humilde de los presentes se crea una obligación de devolución, una deuda implícita. Por mucho que se esté paulatinamente difuminando en juegos dialécticos, nuestra política económica no dejará de estar sometida a esta realidad.

(*) Sociólogo, miembro de la junta de gobierno del Ilustre Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología