Seguro que han oído hablar de doña Crispación. Es una vieja co-nocida que se prodiga cuando gobierna la izquierda, y la derecha alza la voz de manera más altisonante de lo acostumbrado. Sucedió en la etapa de Zapatero, con el Partido Popular, y ocurre ahora, con Vox. En cambio cuando es la derecha la que ocupa los bancos azules, doña Crispación desaparece y toma su lugar el "jarabe democrático" de Pablo Iglesias. La agitación callejera y los escraches se convierten en muestras de libertad de expresión y en acciones necesarias.

La amplificación del descontento por parte de Vox, como ya sucedió con anterioridad, es uno de los activos políticos de Pedro Sánchez y del agit-prop de la Moncloa. Man-tiene electoralmente al bloque ad-versario fragmentado, y sirve para desatascar tuberías y permitir que el líquido fluya por el conducto adecuado. A fin de cuentas es la protesta de los fachas y de los carcas, que portan banderitas nacionales y nos aburren, cuando no es a cacerolazos, a bocinazos. Y encima ahora, ¡qué vergüenza!, les ha dado por entonar "Bella Ciao", uno de los grandes himnos de la resistencia antifascista, per-virtiendo su uso. Resulta fácil y oportuno estigmatizar a los que "crispan", "incitan al odio" y "dividen a la sociedad española" cuando son de un bando específico. El problema es que doña Crispación, ya digo, parece afectar solo a una de las dos pieles sensibles de la polarización política y siempre que a esta le conviene. No veo a nadie en la izquierda orgánica la-mentarse de la tensión que pue-den producir los pactos en Navarra y los acuerdos laborales con los proetarras y sus herederos cuando el legado, todavía reciente, son más de 800 asesinados y mi-les de víctimas. ¿De verdad creen que eso no tensa? ¿Crispa soportar los socios separatistas catalanes, autores de un golpe de Esta-do institucional y responsables de poner al país patas arriba? ¿Cuál es la vara de medir la crispación?