En las recomendaciones para volver a la peluquería figura evitar la conversación. La antigua expresión algo borde de "ahorrar saliva" ahora se convierte en la sanitaria "ahorrar gotículas", esa salivilla invisible en la que nada y salta el covid-19. Es el momento de la comunicación no verbal, de alzar las cejas o la mano enguantada como saludo.

En la sociedad pandémica no acabamos de entender ni de aceptar que convendría tener algo importante o interesante que decir para arriesgarnos a disparar gotículas a ráfaga. La cháchara, ese italianismo vulgarizado que expresa la conversación frívola, suena a onomatopeya de ametralladora en tiempo de coronavirus.

Como partidario de las peluquerías silenciosas y de que cortar el pelo no acompañe dejar crecer la conversación estoy a favor de esta precaución, pero soy consciente de que ni a los bares se va sólo a beber ni a las peluquerías se va sólo a arreglar el cabello. Las peluquerías son el parlamento de la charla insustancial, de los cotilleos y del fútbol, si se me permite ser tan sexista como la realidad. Pese a la polarización -ese pilar de nuestra sociedad- la política se da menos en las barberías por la proximidad de gargantas y de tijeras y cuchillas.

Aparte del peligro de las gotículas de saliva, la conversación tiene riesgo de influir en el ánimo. Es normal que los médicos quieran extender a la sociedad la recomendación de "no hable de su enfermedad" que preside las salas de espera en una cincuentena en la que no hablamos de otra cosa. Como estamos sensibles, habrá quienes quieran ver otra represión de la libertad de expresión bajo el estado de alarma, en el que el gobierno ejerce el monopolio de la expansión de gotículas en la sala de prensa aislada con periodistas de plasma.