¡Oh, Sorpresa! Salía en las noticias en estos días el aumento del rendimiento de los alumnos en este periodo de confinamiento. Cada sector educativo lo achaca a un aspecto. El primero que nos viene a la mente es, sin duda, el tecnológico. La educación on-line, entonces, se presenta como ganadora; sin embargo, sin ánimo de minimizar su aportación, el aumento del rendimiento en toda su multicausalidad, se puede deber no tanto a la modalidad, sino en el papel que da al estudiante cualquier modalidad de enseñanza, presencial, semipresencial, on-line o a distancia. Me explico.

Recuerdo cuando allá por el año 1999 hice mi primer curso en la Cámara de Comercio de Madrid sobre educación a distancia, e-learning la llamábamos. Entonces se hablaba de infovías de la información, de cómo los libros desaparecerían con la revolución de una interred (como se diría en español) que nos venía a pasos agigantados y se discutía si iba a cambiar el mundo o iba a cambiarnos a nosotros en el mundo - no sé si 20 años más tarde somos conscientes de en qué medida ya lo ha hecho. El caso es que cuando entró el primer profesor, de ya no recuerdo el módulo, nos preguntó a cada uno a qué nos dedicábamos, qué esperábamos del curso, e inmediatamente nos repartió unos papeles. Era el enunciado sobre un estudio de caso "la máquina de enseñar". Nos pidió que nos reuniésemos en grupos, nos pusiéramos a trabajar y media hora más tarde presentáramos al resto de la clase nuestras conclusiones sobre las preguntas que nos planteaba. La reacción de casi todos mis compañeros fue la misma: "Pero bueno, ¡a este hombre le pagan un buen dinero por enseñarnos y no por largarse mientras nosotros trabajamos!". La sensación de malestar era evidente y duró hasta que comenzamos la primera discusión en grupo y empezamos a darnos cuenta de que los que teníamos que hacer el esfuerzo por aprender éramos nosotros.

De repente pareció evidente que aprender no es lo mismo que enseñar y que, en realidad, surge desde dentro y no viene de fuera. A pesar de ser recién titulados, casi ninguno nos habíamos planteado esta aparente obviedad. Como ya he dicho en alguna ocasión, no se puede aprender a nadie, es la persona de forma activa la que aprende, el estudiante es el protagonista y el responsable de su aprendizaje; pero para ello, hay que permitírselo; de ahí que en educación hablemos de la enorme importancia del aprendizaje autónomo.

En este sentido, la modalidad de enseñanza on-line parece que puede facilitar esa autonomía. Ahora dirán ustedes, como dijimos todos nosotros en aquel curso: "pero entonces, ¿el profesor qué hace?", pues hace ni más ni menos que su más valiosa función de guiar, acompañar y apoyar en ese aprendizaje, dejando al estudiante que avance por sí mismo, pero estando a su lado. La presencia del profesor, de la persona en la que confiamos para nuestro aprendizaje no necesita únicamente ser una presencia física, necesita, sobre todo, "ser" presencia y, en ocasiones, esa presencia es más intensa en la modalidad on-line que en un aula con 30 o más estudiantes.

Efectivamente, la pregunta más frecuente que te hacen los estudiantes, incluso cuando llegan a la universidad es: "¿está bien así?" "¿es esto lo que pides?" algunas respuestas ideales serían: "¿qué estás buscando?" "¿a ti qué te parece? "dime qué te parece a ti primero". La costumbre de que alguien les diga lo que está bien o mal, sin preguntar su opinión o simplemente el porqué lo ha hecho así, convierte a los estudiantes en meros ejecutores - tendrían ustedes que ver su expresión entre asombro y confusión las primeras veces que se les pregunta su opinión sobre el trabajo que han hecho - están tan acostumbrados a que alguien les diga lo que está bien o mal, que no necesitan pensar, solo ejecutar. Tenemos una cultura educativa muy arraigada de colocar, lo más rápidamente posible, al sujeto que entra en un aula en la categoría de alumno, da lo mismo que sea de primaria, secundaria o en la Facultad de la formación del profesorado.

La modalidad on-line nos sitúa en una posición más igualada, donde el estudiante debe aportar también, porque se enfrentar a la incertidumbre, cuando las instrucciones no son detalladas al máximo o cuando las tareas son tan cerradas, pero no es a coste cero.

Efectivamente, la labor fundamental del profesor es acompañar, andamiar y guiar para tratar de que sea el estudiante el que tome las decisiones a partir de preguntas y sugerencias que le hace y que el estudiante contesta, pero cuya finalidad es que poco a poco el estudiante se las haga a sí mismo, las convierta en hábito de forma que sea capaz él mismo de saber por qué el trabajo o la actividad que ha presentado está bien, mal, qué aspectos necesita mejorar en ella, etc. Es lo que llamamos desarrollar la autonomía del estudiante, de ayudarle a construir su propio criterio.

Hay dos conceptos estrechamente relacionados que nos ha aportado la psicología cognitiva que son la autonomía y la autorregulación del estudiante, conceptos que debemos a autores como Pintrich, Flavell y Zimmerman. Reitero la estrecha relación, porque para que un estudiante sea autónomo necesita ser capaz autorregularse; es decir, que sea capaz de tomar conciencia de qué y cómo aprende y de qué quiere aprender todavía sobre el tema en cuestión, lo que significa poder gestionar su propio saber, su motivación y sus recursos, su tiempo, su espacio, etc. Esto es la verdadera autonomía y esta modalidad, a la vista del resultado de mayor rendimiento que enfatizan las noticas, parece que contribuye a ello; eso sí, con el esfuerzo ingente del profesorado.

Hay que entender que la autonomía no surge de una decisión personal. Los gobiernos de cualquier ideología acuerdan en la necesidad de desarrollar la autonomía de los alumnos, pero crean unas estructuras escolares que no permiten desarrollarla y, por ende, adquirirla. Lo estamos viviendo justo ahora con esta pandemia sobrevenida, donde los profesores han tenido que desarrollar en apenas unas semanas esa presencia de la que hablábamos en una modalidad para la que no estábamos preparados todavía. Se ha confundido modalidad de enseñanza-aprendizaje on-line con el uso de las herramientas digitales, pensando que controlando estas se domina la otra y esto es una desdicha pedagógica que produce una cantidad ingente de trabajo para el profesorado que intenta, auspiciado por sus superiores y también por las familias, asimilar sus acciones y actividades de aula a un formato digital, cuando se trata de cambiar el enfoque de enseñanza subyacente que nos ahorre el gastar un tiempo precioso en contar contenidos y considerar a los adolescentes como sujetos activos y no sólo como alumnos; es decir, darles voz.

Podría extenderme mucho más en narrar las virtudes de esta modalidad que, en mi opinión, está todavía poco entendida, como que nos permite centrarnos en desarrollo de las habilidades de búsqueda y selección de información, en las prácticas letradas de lectura y escritura, no hay presión para avanzar al ritmo de los demás, se encamina al trabajo en equipo con herramientas que el estudiante maneja de forma natural, etc., pero quisiera acabar con una nueva llamada de atención para los responsables educativos y es que si, como dicen, una crisis es también una oportunidad, aprendamos de esta para formar a los profesores en esta nueva modalidad, pero formar en el desarrollo de otras concepciones de enseñar y aprender en el siglo XXI, no en proporcionar simplemente recursos y plataformas digitales variados y bonitos; responsables educativos, en este último caso, estamos cometiendo exactamente el mismo error que cometemos con los alumnos y es confundir el aprendizaje autónomo con aprendizaje independiente sin la presencia y el acompañamiento debido. Por favor, escuchen a sus profesores, escuchen cuánto tiempo y cuanto agobio soportan en estos meses y sobre todo, pregúntenles por qué, acompáñenles.