Solía escuchar de niño, sin saber el alcance de la frase: "Tarde o temprano vuelven las cosas a su sitio". Con la foto de los patos por la calle o jabalíes por caminos de tránsito, empiezo a entender lo del dicho mencionado. Puede ser que los desubicados seamos nosotros. ¿No será que les hemos quitado el sitio?

También se suele decir, como afirma la ciencia, que los humanos llegamos los últimos y estamos siendo la especie invasora por antonomasia. Patos por por la calle. ¡Qué bien queda la frase! Bonita estampa si no fuera por lo que fue. Hay querencias marcadas en los genes de los seres vivos. De vez en cuando se manifiestan en fila de patos o manada de jabalí. (Dualidad que nos retrata)

También hay tordos en bandada disputando a gritos un sitio en los árboles del parque. Y urracas cerca del mar, como la que vemos en la foto, descansando en el respaldo de un banco de madera, antaño rama del árbol que fue su casa. La foto está tomada cerca de la Torre de Hércules, un lugar abierto a la inmensidad marina, hacia donde parece mirar tranquilo el pájaro. En ese banco-balcón-vacío está la cátedra de filosofía de la universidad popular.

Las aves son la realidad paralela de mi infancia. Fuera de los animales domésticos, los pájaros eran nuestra mascota anhelada y perseguida. En aquella afición por pillarlos entiendo el gusto por la caza, de Miguel Delibes, compaginándola con la defensa de la gente del campo y el medio natural.

El austero campo castellano dejó los nombres de mis amigos los pájaros en la misma página donde figura la lista de tareas de la escuela con operaciones matemáticas de peor vuelo y caza. Sólo nombrarlos me emociona por la fidelidad de su presencia en una memoria que a veces me esquiva: alondras, pardales, gorriones, tordos, perdices, grajos, avutardas, codornices, golondrinas, vencejos, rozanieves, palomas, lechuzas, cigüeñas, aguiluchos, patos...e ingente número de anátidas y aves invernantes de las Lagunas que llegaban poco menos que a las puertas de mi casa: avefría, cerceta, andarríos, focha, correlimos, garzas...un largo etcétera que fatigaría nombrar.

Desde donde ahora vivo, vuelo a mi espacio primigenio, que de un modo u otro me reclama siempre. Algunos objetos queridos se encargan de recordármelo, como una fuente de porcelana, del ajuar de boda de mis abuelos maternos, que poseo y me posee como un espejo mágico donde miro, o me mira, un jilguerillo pintado con orla de flores primaverales.

Que las cosas y aves vuelven a su sitio es tan evidente como el viaje de las golondrinas para anidar o el agua marina buscando su espacio por encima de los diques. Ahora vivo en La Coruña y aquí se han hecho cosas con buena intención pero comiendo terreno al mar. Los paseos marítimos, que ahora disfrutamos, son parte del bocado furtivo al mar que reclama con temporales furibundos entrando a veces en las calles adyacentes

La colmena humana se ha expandido con parecida eficacia de los admirados insectos melíferos, pero estamos sufriendo la llegada invasiva de la avispa velutina que busca su sitio a costa de las abejas que polinizan y fertilizan los campos.

A veces, uno se pone demasiado serio, y le da por pensamientos filosóficos tales: "Qué somos, qué hacemos aquí, a qué hemos venido?". Echo mano de un libro gordo que pesa tanto como las existenciales preguntas, y lo cierro de golpe concluyendo apresurado una respuesta: Ya lo tengo: avispas velutinas. Pero luego me calmo y digo:

Borra eso, tu siempre quisiste ser vencejo, mirlo, pardal del páramo, paloma común, pato silvestre de las lagunas donde te criaste, entre Villarrín y Villafáfila. Y me quedo mejor, y sin respuesta, pero siento paz al transportarme a la Laguna Salada, al abrigo de la colmena de adobe.

Buenos días, buena tarde, buena noche. Descansa conmigo, a la hora en que me leas, en tu lugar preferido, cerca de los pájaros.