Hace años que sospecho que San Isidro anda más preocupado por Madrid que por el campo. La capital de España va para arriba (más población, más empresas, más riqueza) y el agro para abajo (menos profesionales, menos rentabilidad, escaso relevo generacional). O sea, que San Isidro se lleva a Madrid a las gentes que deberían haberse quedado en sus pueblos para mantener la vida en ellos y para asegurar suficientes y buenos alimentos. Así que llega el 15 de mayo y en Madrid hay de todo y todo a lo grande, mientras que en muchos lugares de esta tierra apenas se juntan cuatro mozos para sacar al santo en procesión y que bendiga los campos. El resto de la comitiva, sacerdote incluido, anda ya por la Tercera Edad, valga el eufemismo.

Esto, obviamente, en años normales. En este infausto 2020, ni ha habido fiestas, conciertos y demás en Madrid, ni en nuestros pueblos ha salido San Isidro a hombros de sus devotos. Unos cohetes, repique de campanas y pare usted de contar. El resto se lo ha cargado el Covid-19. Lo que no se ha cargado ha sido el protagonismo madrileño, cada vez más acusado. Al contrario, lo ha potenciado. Pase lo que pase en España, Madrid acapara atención y titulares, especialmente ahora que Torra anda con la boca cerrada y el virus parece que ha atacado también al pròces y lo tiene en cuarentena, ya veremos hasta cuándo.

El caso es que las genialidades de esa gran mujer de Estado llamada Isabel Díaz-Ayuso y la polémica por el cambio de fase de Madrid y de otras zonas igualmente lloronas se han comido todos los demás problemas. O eso parece a juzgar por lo que se lee, ve y oye en cualquier medio de comunicación que se precie. Y, claro, si el protagonismo casi lo monopoliza quien lo monopoliza, pues otros asuntos quedan relegados a una muy segunda posición, casi a las migajas del interés. Un caso que me parece muy significativo es el del papel que han jugado, juegan y jugarán los agricultores y los ganaderos en esta situación tan complicada.

Hace un mes, o algo más, todo fueron elogios para la tarea de los profesionales del sector agrario, que siguieron trabajando para que no faltasen alimentos y para preparar futuras cosechas. De repente, la sociedad española, incluida la de esta región, tan olvidadiza ella, descubrió que la leche salía de las vacas, las ovejas y las cabras y no de los tetra-briks; que los pollos corrían, piaban y tenían plumas y no venían al mundo colgados de un gancho en las carnicerías; que los tomates crecían en matas verdes con sus hojitas y todo y no envueltos en cajas; que las fresas se dan casi a ras de suelo y no en envases de cartón y así sucesivamente. Y tras el correspondiente ¡oh, qué sorpresa!, muchos urbanitas se dijeron eso de "cuánto le debemos a esta gente, hay que apoyarlos". Y sí, hubo unos días en los que se habló, mucho y bien, de los agricultores y ganaderos, de su imprescindible labor, de la necesidad-obligación de consumir sus productos, de ayudarlos?aunque solo fuera con la comprensión, la solidaridad y el reconocimiento de su papel primordial en el entramado humano, social y económico. Ya no eran paletos (o isidros, ¡qué paradoja!) atrasados en pueblos atrasados, sino excelentes y sufridos profesionales a los que le debemos lo que comemos y bebemos. Hasta aquí lo de hace mes y pico.

Sin embargo, parece que ese entusiasmo ha decaído últimamente. Ya apenas se habla de la agricultura y la ganadería y de la función que tienen que jugar en el futuro. Ya estamos pensando en otra cosa, en esa nueva normalidad que, por lo que uno escucha e intuye, va a ser la nueva normalidad de antaño, es decir volveremos a la casilla de salida sin que funcione, como ha sucedido tantas veces, el propósito de la enmienda que pedía el Catecismo. Y ya, sin haber atajado la pandemia, nos hemos enfrascado en broncas ideológicas y en disputas más propias del cantonalismo del siglo XIX que de la globalización del XXI. Le dedicamos más tiempo a las manifestaciones ilegales de niñatos del barrio de Salamanca que a las eternas y justas reivindicaciones del campo. Y ya tenemos que oír decir a todo un presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León que el "Gobierno usa la paralización de un país para fines distintos que salvar a la gente de la enfermedad". El máximo responsable del Poder Judicial español ha tenido que pedirle "moderación, prudencia y mesura". Así está el patio.

Menos mal que aquí, en Castilla y León, PP y PSOE han acordado pactar para afrontar la reconstrucción regional y social. ¿No podría copiar Pablo Casado?, ¿o es que la oposición solo tiene que colaborar donde gobierna el PP?