Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?? Con estas palabras comienza "Conversación en La Catedral", una de las novelas cumbre de Mario Vargas Llosa. En ella aproxima al lector a la ruina moral que asola a su país bajo las botas de la represión y la corrupción bajo el gobierno dictatorial del país sudamericano.

Cuando en 1976 Juan Genovés dio el último retoque a su cuadro "El Abrazo", España se abría ilusionada tras la muerte de Franco a un proceso de reforma para, de la ley a la ley, dejar atrás la dictadura y hacer un comprometido y generoso esfuerzo desde todas las ideologías y sectores sociales por sellar la reconciliación y caminar hacia la democracia con la promulgación de una Constitución que por fin hiciera que España, en contra de lo que decía su más exitoso lema turístico, dejara de ser diferente. El propio artista, fallecido, en plena metáfora este viernes, consideraba el lienzo representativo de "las miles y miles de personas que luchamos para que nuestro país no fuera diferente. Este cuadro representa la reconciliación de los españoles".

Así, fue elegido por Amnistía Internacional para el cartel que solicitaba la amnistía tras el franquismo. Así se convirtió también en aquellos años complejos y convulsos en escultura como monumento en memoria de los abogados laboralistas asesinados por ultraderechistas en su despacho de la calle Atocha en 1977. Hoy, tantos años después y tras el periodo más extenso de paz, concordia y prosperidad de la historia moderna de España, empezamos a sentir el riesgo de que si no ya, sí en poco tiempo, echaremos la vista atrás y con sangrante nostalgia, como Zavalita, el personaje de Vargas Llosa, habremos de preguntarnos cuándo se nos ha jodido España.

Siempre ha habido, desde uno u otro extremo posiciones montaraces, negacionistas de la reconciliación y el mirar al futuro; retrógradas y empeñadas en avanzar hacia la restricción de las libertades individuales, del derecho a la propiedad o a la libertad de pensamiento; pero siempre han sido durante estos lustros meramente testimoniales. También se mantenían, básicamente entre adolescentes de sangre caliente y seso aún blando y poco cultivado, los apelativos de "facha" y "rojo". Pero que estas posiciones se sostengan ahora desde el propio gobierno de la nación y se enfrenten por una nada menospreciable parte de la oposición muestra solo el peor de los augurios.

En el libro de Llosa, al cerebro de la represión dictatorial que se llama Cayo Bermúdez, se le nombra como Cayo Mierda. En Colombia, los cuidadosos con el lenguaje, para no utilizar el nombre común de los excrementos, lo sustituyen por la palabra miércoles. Decía Antonio Machado que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Ahora que se nos ha muerto el abrazo, los que creemos en la libertad, la convivencia y la moderación, quizás debiéramos empezar a preguntarnos en voz alta: ¿En qué momento la convivencia en España se nos ha llenado de miércoles?

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