El control de la llamada primera fase está resultando ser muy pintoresco con el tejemaneje de las terrazas y las reuniones de no más de diez. Hasta el punto que cualquiera se pierde en el pintoresquismo mientras la razón principal escapa. Esa razón es que hay que poner en marcha un país y el primero que no sabe cómo hacerlo es el Gobierno, más preocupado de la propaganda que de cualquier otra cosa. A su vez, la oposición sin un plan alternativo a la alarma que produce el mando único no existe.

El Partido Popular, con un liderazgo débil, no ha sabido proponer una iniciativa frente al caos y está sumido en el desconcierto. Ciudadanos, ocupado del tacticismo, su gran arma autodestructora, solo busca la manera de sobrevivir en un espacio propio doblemente engañoso para los que creen de manera ilusoria que es posible encontrar un acuerdo en el centroizquierda que libere a este país de la fórmula Frankenstein que Rubalcaba acuñó con gran acierto. Podemos y los nacionalistas se aprovechan del río revuelto para pedir una excarcelación masiva de los presos. Y Vox, al más puro estilo escuadrista, alienta caravanas de coches para protestar contra la gestión de Sánchez.

No hay en la política una estrategia que marque una dirección ante las horas más inciertas de este país que no tenga que ver con la conveniencia partidista o sectaria. Lo primero que se atiende no es cómo resolver de la mejor manera la terrible crisis, sino cómo se lo cuento a los españoles de modo que se vuelva a mi favor y en contra del adversario. Eso es lo que predomina en las cabezas de Sánchez y de Iván Redondo, pero también de los "estrategas" de los demás partidos. No hay un solo gesto sincero de grandeza, ni siquiera en estas circunstancias, que sirva para concebir la esperanza, al menos, de recuperar el ánimo. Ya no digo emprender como es debido una reconstrucción.