Es muy mala idea comprarse una báscula. Conviene sopesar tal decisión. Pero pesa en la conciencia el embutido y la falta de ejercicio, que a lo mejor no es tanta con el ascensor del periódico estropeado, baja que te sube, y el largo caminar mañanero para acudir a la redacción, que es ahora un lugar triste en el que unos cuantos tomamos café de máquina tomando distancia de la cafeína pero acercándonos a la realidad. Pesando noticias y maquetas y alejándonos de otros tiempos. Como llevo mascarilla de vuelta a casa, a mediodía, saludo a todo el mundo porque todo el mundo me parece que tiene la misma cara. También saludo no vaya a ser que sea un conocido y se crea que no lo quiero saludar. No quiero que eso pese en mi conciencia y tenga luego que adelgazar la tal conciencia. No hay báscula para ella.

No obstante. En la vida anterior, hoy era una magnífica ocasión para ir a mi restaurante favorito a comer ostras y urta a la sal con una botella de Emilo Moro y un milhoja de postre. En nuestra mesa favorita, cerca de la que suele elegir un veterano y conocidísimo actor cuando está en la ciudad. Unos metros más al fondo hay una pareja, él tendrá unos ochenta años y ella quizás uno menos, que tiene allí una mesa reservada. No sabemos si todos los días o todos los viernes. Siempre están allí. El se levanta mucho para ir a la calle a fumar. Para sacar el tabaco se levanta el jersey por la parte delantera con la mano izquierda y con la derecha extrae el paquete del bolsillo pechero de la camisa. Su mujer espera, no con paciencia o impaciencia, simplemente espera sin avanzar en la comida a que él se reincorpore al almuerzo. Hablan bastante y ríen mucho. Y creo, por sus gestos, que se enfadan si cuando terminan de almorzar no le traen pronto el licor, que viene en una botella sin etiqueta de la que a lo largo de la sobremesa se van sirviendo. Me gusta a veces fantasear con el secreto de su longevidad. Petulantemente, claro: ni son tan mayores ni yo soy tan joven.

Se amansa la tarde. En la de hoy tenía un bolo literario que a saber si se celebrará. Moderaba una mesa redonda. Ya saben que es que las mesas si son redondas se radicalizan y hay que moderarlas, tal vez convertirlas en cuadradas. Una escritora brillante, un nota y yo en medio. Qué dirían. Qué diría yo, ¿lo sacaría algún periódico?, ¿iríamos luego a cenar?, ¿acudiría mucho público? Podría leerle a mi hijo la introducción que había preparado pero está ocupado con un nuevo "Drador" que le ha llegado. Los dradors son unos muñecos pequeños y temibles. Aterrorizamos a un peluche.