Ahora me viene a la cabeza un apasionado romance de juventud que mantuve vivo durante muchos años. Era la nuestra una entrega incondicional y verdadera, sin resquicios para la duda, pero el tiempo que todo lo puede acabó también con el fuego de aquella pasión. Nuevas aventuras, cierto hastío, el ajetreo del día a día o quizá mi tendencia natural a la desidia acabaron haciendo realidad el distanciamiento. No podría precisar la razón exacta, pero lo cierto es que poco a poco la relación fue deteriorándose al punto que la ruptura era cuestión de tiempo. Finalmente se consumó. Ahora, con la llegada del Covid- 19, quién lo habría de decir ¡con el puto coronavirus!, he vuelto a recuperar aquella pasión que en los años mozos me hacía ver el mundo de manera diferente a como se ofrecía a mis ojos. Hablo de la lectura, de su embrujo, y de un reencuentro.

Fue hace días. Tratando de hacer más llevaderas las interminables horas del confinamiento me dio por leer "Los novios", una fabulación de Alessandro Manzoni en torno a las peripecias de una pareja de jóvenes en el norte de Italia a principios del siglo XVII. Es probable que la conozcan, yo había oído hablar de ella pero nunca encontré tiempo para leerla. Me fascinó. Los acontecimientos se suceden de forma natural y con una fuerza narrativa extraordinaria, sin embargo, no es mi intención hablar de las aventuras y desventuras de Renzo y Lucia. En absoluto. Si cito la novela es porque su descripción de la peste que asoló Milán en el año 1.629 se ajusta con una exactitud sorprendente a la situación provocada por Covid- 19. Salvando las obligadas diferencias de espacio y tiempo, el paralelismo es brutal.

No voy a entrar en detalles sobre aquel horror tan magistralmente narrado. Sólo diré que, según Manzoni, las autoridades locales no estuvieron a la altura que de ellos hubiera podido esperarse. Ante los primeros contagios miraron para otro lado con una desfachatez insultante, y eso a pesar de que hubo voces autorizadas que pedían con toda suerte de argumentos la adopción inmediata de medidas preventivas porque la realidad de la epidemia era incuestionable. Lo hicieron con insistencia pero sin resultado. Sucede que la salud de los ciudadanos no debía figurar, entonces. entre las prioridades de quienes estaban obligados a velar por ella de modo que tacharon aquellos comentarios de fantasiosos y persistieron en su obstinación. Cuando el Tribunal de Sanidad del Milanesado quiso reaccionar ya era demasiado tarde. La plaga había caído sobre la ciudad. Milán estaba infectada.