Durante la semana me juro solemnemente que tardaré en escribir sobre el virus, la situación que ha creado, sus consecuencias y su influencia en nuestro comportamiento individual y colectivo, pero llega el viernes por la noche o el sábado de mañana y la cabeza y los dedos se me van solos hacia el Covid-19, la cuarentena, las fases, los contagios, los fallecidos. No hay forma de escaparme de la encerrona vital que me hago a mí mismo.

Y la pregunta es: ¿se puede escribir de otra cosa que no sea la pandemia y lo que está ocasionando y ocasionará? Probablemente, sí se pueda y, de hecho, ando metido en varios escritos y proyectos, mas si se aborda la actualidad, es muy difícil eludir el coronavirus. Parece que si no te refieres a él, cometes un sacrilegio de difícil perdón. Y esa es precisamente la trampa: uno no quiere obsesionarse con el asunto, pero, a la vez, está atrapado por él. Y lo está porque no hay otro tema de conversación ni problema que pueda comparársele. Jamás, ni en las peores pesadillas, nos habíamos visto en un drama semejante.

Dado que es metafísicamente imposible saltarnos a la torera el virus y la madre que lo parió, lo lógico es que sigamos reflexionando sobre el cambio brutal que nos ha traído a nuestras vidas y sobre ese futuro que no acaba de aparecer en el horizonte. Y ahí es donde entra en juego la convicción que da título a este artículo: cada vez entiendo menos? o así. Con esta pandemia me ocurre como con los misterios del universo: cuanto más leo, veo y oigo más dudas me asaltan, menos seguro estoy de nada. Ganas me dan de taparme los ojos y los oídos y refugiarme sin parar en Radio Clásica, que es una joya para relajarte y eliminar estrés.

Claro que nuestros padres de la Patria no ayudan a despejar incógnitas, ni a salir del laberinto. Lo sucedido en el reciente pleno del Congreso de los Diputados es un ejemplo de lo que digo. ¿Quién entiende la abstención del PP después del discurso duro y pretendidamente demoledor que lanzó Pablo Casado? Tras dedicarle los gruesos epítetos que le regaló a Pedro Sánchez, lo lógico es que los liberal-conservadores en eterno viaje al centro hubiesen votado NO y muy alto y muy recio. Así hicieron los de Vox y los independentistas de ERC y la antigua CiU (¡toma ya coincidencia y la mejor demostración de que los extremos se tocan!), pero Casado se quedó entre Pinto y Valdemoro en un momento muy peligroso para él y las mesnadas de Aznar: su postura fue irrelevante porque el PSOE se había garantizado ya la mayoría hiciera lo que hiciera el PP. No sé ustedes, pero yo sigo sin comprenderlo del todo. Solo se me ocurre pensar que lanzó las diatribas que lanzó para satisfacer a su clientela y se abstuvo para que pareciera otra cosa. A mi juicio, no logró ni lo uno ni lo otro. Y, además, vio como la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, se abre a pactar con el Gobierno y, poco después, pudo comprobar que la presidenta de Madrid, Isabel Pizza-Ayuso va por libre y quizás busque ya segarle la hierba bajo los pies. ¿Se acuerdan de las maniobras y declaraciones de Esperanza Aguirre contra Rajoy? Pues, eso. La sombra de la mano de don Josemari es alargada.

Y hablando de Díaz-Ayuso, ¿alguien entiende que Madrid pida pasar a la fase 1 teniendo como tiene la tercera parte de los contagiados y muertos de España, los hospitales no descongestionados del todo y las residencias de ancianos sumando fallecidos? Y, además, presentando tarde y mal el documento explicativo que no quiso firmar ningún experto tras la dimisión de la directora general de Salud Pública de Madrid, contraria a la petición de cambiar de fase. No parece entrar en cabeza humana, pero la política y la urgencia de destruir al adversario son otra cosa.

El reverso de esa moneda lo hemos tenido en Castilla y León. Y hay que felicitarse por ello y felicitar a los responsables de la Junta, sobre todo a la consejera Verónica Casado, capaz de demostrar que el derecho a la vida tiene que estar siempre por encima de todo lo demás. Si en la mayoría de las áreas de salud no se puede pasar a la fase 1, pues no se solicita, aunque haya gente que no lo comprenda y que quiera que se abra todo lo cerrado para volver cuanto antes a la normalidad. ¿Se puede hablar de normalidad con todavía demasiados muertos y contagiados y con miedo, pánico, a que haya rebrotes y pueda desandarse lo andado? Por eso, repito, cada vez entiendo menos algunas posturas.

Ojalá sea cierto eso que pronostican algunos: como no hemos salido fuera, vamos a crecer para adentro, a pensar más, a ser mejores. ¿Se apuntan?