Un catarro no tiene, necesariamente, por qué convertirse en una neumonía, aunque en ocasiones pueda derivar en ello. Decir otra cosa parecería propio de quienes creen vivir en la certeza absoluta, lo que, además de ser una estupidez, debe ser muy aburrido. De hecho, pocos podrán presumir de no haber sufrido en su vida algún catarro, y otros pequeños achaques, que no han degenerado en neumonía. Eso es, al menos, lo que parecía hasta ahora, pero mira por donde que, ante unas desacertadas declaraciones de un alto mando de la GC, a propósito de la investigación a quienes practican la difusión de bulos y fake news, algunos han venido a decir lo contrario: que un síntoma lleva siempre asociada alguna consecuencia grave. Según ellos, investigar a los creadores de bulos contra el Gobierno es un mal síntoma que pone en peligro la libertad de expresión. Por otra parte, también hay quienes, por el contrario, opinan que la persecución de quienes cometen delitos, sean o no contrarios a los intereses del Gobierno, incluidos determinados bulos, siempre debe ser anhelado por la sociedad.

Mientras tanto, viene a resultar que en la jungla de las redes sociales, donde cada uno, ya sea partido político, grupo de presión, o persona física, difunde lo que le viene en gana, importándole un carajo su verosimilitud, puesto que no es necesario aportar pruebas, ni datos que lleguen a avalar su credibilidad, se dicen cosas a sabiendas que son del todo falsas con la intención de engañar a la gente para aproximarla a sus respectivos rediles. Algunos de esos bulos hacen mucho daño, especialmente en determinados momentos, como este del "tiranosaurio" (Coronavirus) porque, aunque "la humanidad esté acostumbrada a aceptar fácilmente la desgracia, siempre que la desgracia llegue a ser larga" - como decía un personaje de Blasco Ibáñez en su novela "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" - al final siempre hay alguien termina perjudicado.

Viene a resultar que los malintencionados autores de bulos, ya sean difundidos por Internet o por otros medios, suelen salir de rositas ya que no es fácil dar con ellos, por aquello de que no pueden ponerse puertas al campo. Así que muchos desalmados se aprovechan de tal circunstancia para despacharse con desinformaciones que tratan de manipular, presionar y desmotivar, a base de patrañas. Por eso, cuando las fuerzas del orden dan con alguno, la sociedad debería esbozar un gesto de alivio. Pero resulta que esas poco afortunadas declaraciones de ese alto mando, han ayudado a que determinados grupos, aprovechando tal coyuntura, hayan puesto a caldo al Gobierno, argumentando que nuestras leyes no contemplan al bulo como delito, pero olvidándose de decir que pueden ser punibles sus consecuencias, porque así lo contempla el Código Penal.

En ocasiones, la técnica empleada por los creadores de bulos se parece más a la que utilizara Goebbels en su momento que a cualquier otra cosa, de ahí que se haga difícil entender cómo pueden llegar a tener defensores. Tratar de homologar la mentira a la información resulta mezquino, máxime teniendo en cuenta la situación de una sociedad donde en este momento no escasean los pusilánimes. Ante tantos bulos, a los ciudadanos, en general, nos resulta agotador desbrozar las informaciones que nos llegan, para poder discernir si se tratan de hechos ciertos o de fake news elaboradas en laboratorio.

Poner coto a los bulos y las fakes que afectan al Gobierno, como parece que es ahora el caso, no debería ser, en sí mismo, motivo de preocupación, siempre y cuando, en paralelo, también se estén persiguiendo las que tienen que ver con otros estamentos de la sociedad, como la oposición, las empresas, los funcionarios y la gente en general. Y nadie ha dicho que eso no se esté haciendo.

Lo cierto es que, para algunos, tales declaraciones han pasado sin pena ni gloria, mientras para otros han resultado ser el síntoma de una enfermedad peligrosa que podría poner en peligro las libertades, lo que no deja de sorprender, ya que todos somos conscientes que quien determina si un determinado hecho resulta o no punible, incluidos los bulos, no es el Gobierno, sino el Poder Judicial.

Mientras tanto, hay quienes, haciendo gala de un pésimo ejemplo, salen a la calle a pasear cuando lo tienen prohibido (presidente Rajoy) o a comprar en un supermercado, sin ponerse una mascarilla (vicepresidente Iglesias). Sorprendentes imágenes que hacen pensar que no son conscientes que estamos viviendo un tiempo recio donde en cualquier localidad española puede palparse una nueva existencia, ya que en sus calles resuenan marcados pasos de animales atípicos, como ciervos, jabalíes o patos (caso de Zamora), que trasmiten un eco característico de ciudades muertas.