Si algo permite la crisis que vivimos a cuenta del nuevo virus chino es constatar y acreditar el grado de profesionalidad, de voluntad, vocación y cumplimiento del deber de nuestros profesionales en todos los ámbitos. Escribía hace unas semanas sobre la primera línea de defensa, médicos, enfermeros y resto del personal que presta sus servicios en los centros sanitarios. Con jornadas maratonianas, desprotegidos frente a la enfermedad y arriesgando sin recato su salud y la de sus familias,

Igual podemos hacerlo respecto de otro sector en el que España es ejemplo de buen funcionamiento en tiempos de normalidad y lo ha vuelto a ser de manera sobresaliente en estos momentos críticos, los empresarios y trabajadores del sector farmacéutico que, no solo han estado a la altura desde el primer minuto sino que han sabido adaptarse en tiempo récord a las nuevas medidas de seguridad y necesidades de los usuarios. La farmacia y la distribución farmacéutica han permitido que hasta el último rincón de nuestra geografía haya tenido el abastecimiento necesario de medicamentos y que solo haya habido falta de aquellos productos que el gobierno asumió y anunció que iba a encargarse de suministrar, que ha retirado a los fabricantes o ha bloqueado en las aduanas. En estos tiempos en que algunos enemigos de la libertad privada de empresa intentan resucitar el telón de acero del colectivismo o, por ejemplo, el gobierno sigue cobrando en impuestos la cuarta parte del precio máximo impuesto para la venta de las mascarillas, no viene mal recordar qué ha habido y qué ha faltado en las farmacias.

Podemos hablar de la profesionalidad del sector de la alimentación minorista, mayorista y de toda la cadena de producción y distribución, pese a los augurios fatalistas de los primeros días que poco menos que amenazaban con el desabastecimiento y el hambre. Podemos hacerlo de multitud de otros profesionales, del transporte o las reparaciones, autónomos y pequeñas empresas de todas y cada una de las actividades económicas porque, a pesar de todo, la sociedad ha funcionado sustancialmente mejor que sus gobernantes.

Como también están cumpliendo los servidores públicos en las fuerzas de seguridad y en otros ámbitos de la administración. Entre ellos quiero dar un reconocimiento muy especial a maestros y profesores. Han tenido que reinventarse uno a uno, sin directrices ni prácticamente dotación de medios y, en lo que personalmente conozco, con éxito indiscutible. Para hacer llegar a sus alumnos los contenidos del programa, para mantener la continuidad en la tensión escolar y el ritmo de aprendizaje. Incluso para acompañar, no menos psicológica que académicamente, a sus alumnos ante tan anómala privación de libertad y movilidad.

La gran y buena política es la que sabe gestionar y liderar el potencial de la sociedad en conjunto como suma del de sus individuos en cada tarea o actividad profesional. La mediocre es la de la desconfianza frente a esa sociedad a la que debe servir. La de las cadenas al talento individual en aras a una uniformidad inorgánica, burocrática, totalitaria.

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